Animales

El invierno de los pájaros

La población de los gorriones está menguando tanto como la de los vecinos.

Ya habrán vuelto las cigüeñas a los campanarios de Castilla. Acabo de verlas imperando en las almenas del castillo madrileño de Miraflores. Son más fieles a sus orígenes que los humanos, cada vez más desarraigados. De un tiempo a esta parte, la mayoría de las cigüeñas ni siquiera cruzan el Estrecho. Bajan, con los primeros fríos, de los páramos del Norte a las dehesas de Extremadura o Andalucía, donde antes pacían careados los rebaños trashumantes de los merineros de la Mesta. Y allí se quedan, como las grullas. Éstas resistirán algo más en el Sur antes de regresar a la belicosa Europa poblada ahora de ruidosos tanques y aviones de combate.

No sé si este cambiante comportamiento de las aves de paso tiene que ver con el calentamiento global, pero eso dicen. El caso es que cada año se debilita más, hasta casi desaparecer, el ritmo natural que marcan las estaciones. Lo mismo pasa con la fruta del tiempo –ya se venden fresas en el supermercado en pleno corazón del invierno, aunque este año la noticia en la frutería es el precio disparatado–. Desde luego, las cigüeñas no esperan a San Blas, como tenían convenido desde antiguo, fuera o no año de nieves, para plantar su gracioso garabato o su inquietante interrogación en las espadañas de las iglesias vacías de Castilla. En los altos de la Cebollera el viento helado arrastrará jirones de nubes, y los algarazos – «amarguras», los llamaba mi madre– cortarán la respiración, mientras las cigüeñas buscarán alimento en los prados del valle, cubiertos de escarcha. En la calle habrá algún pájaro muerto. La población de los gorriones está menguando tanto como la de los vecinos.

Lo primero que hago por la mañana es dar de comer a los pájaros, antes de enterarme de las cosas de los políticos –del «sí es sí» y del «no es no», que a eso se reduce todo–. Sigue siendo para mí un misterio por qué cantan los mirlos al amanecer. Les pongo pan en el porche de mi pequeño jardín y acuden enseguida los astutos gorriones, los mirlos, la pareja de torcaces y alguna urraca suelta que asusta a la concurrencia. Hace tiempo que no veo al petirrojo. Dice la naturalista Jennifer Ackeman: «Una de cada ocho especies de aves está en peligro de extinción por el cambio climático y la pérdida de hábitats». Contribuirá a ello la proliferación salvaje de parques eólicos y fotovoltaicos, con líneas de alta tensión invadiendo el aire del campo y los poblados. El invierno de los pájaros será el invierno de la Tierra.