Política

El final de Ciudadanos

Un aura de inútil heroicidad rodea a los últimos resistentes

A Ciudadanos, que no hace mucho tiempo, todos lo recordamos, vivió noches electorales gloriosas, de abrazos, música y banderas al aire, y que rozó el poder con la punta de los dedos, le cuesta echar la llave a la sede y quedarse a la intemperie. Cuesta resignarse al juicio implacable de las encuestas. Saben que ya no tienen nada que hacer. Lo saben todos, pero no se resignan al fracaso, a la pérdida de la ilusión, a renunciar a un sueño; les cuesta irse a casa o cambiar de acera. No es fácil llamar a la puerta del que ayer era su adversario, por muy cerca que esté en las ideas y en el programa, y además someterse al riguroso escrutinio de los que tienen ahora el derecho de admisión. En algunos casos los de Ciudadanos, liberales y centristas, no saben bien a qué puerta llamar, si a la de la izquierda o a la de la derecha. Están perdidos en el centro de la calle y dudan adónde ir: con Sánchez o con Feijóo. Esa es la cuestión. El sanchismo imperante, cada vez más volcado a la izquierda, despeja seguramente muchas dudas. Para la mayoría de los dirigentes, militantes y, sobre todo, votantes, el destino más cercano y natural es el Partido Popular, que además se muestra acogedor; pero todos los traslados son engorrosos y aventurados.

He presenciado en directo el desmantelamiento de partidos de centro que personalmente consideraba útiles para la convivencia democrática. El primero, UCD, que llevó el peso de la Transición, prestando un servicio impagable a España, y que se derrumbó estrepitosamente en las elecciones de 1982. Viví entonces, también de cerca, la puesta en marcha del CDS por Adolfo Suárez. Una llamarada breve y se apagó. Suárez no fue nunca un hombre de partido, ese fue su problema. También contemplé en primera fila el esplendor y la caída del PSP de Tierno Galván, que, agobiado por las deudas, fue absorbido por el PSOE. Vi desmoronarse en la vorágine catalana a UDC, el partido democristiano de Durán Lleida y Sánchez Llibre. Sufrió suerte parecida UPyD, de Rosa Díez. Ahora le toca el turno a Ciudadanos. Parece que en España no hay sitio para una fuerza de centro, equilibradora, que limite la influencia de los extremismos y de los perturbadores soberanistas de la periferia. En todos los casos se ha repetido, al final, la historia: resistencia numantina de unos pocos, falta de financiación, dramas personales y dispersión. Es lo que está pasando en Ciudadanos. Un aura de inútil heroicidad rodea a los últimos resistentes.