Sin Perdón

Las 900.000 razones de Rubiales

«Sus compañeros lo han humillado quitándole el sueldo y reclamándole el coche, el teléfono y el ordenador»

Hay sueldos que provocan una enorme sorpresa. A pesar de ser liberal en ese terreno, como en casi todo, me escandaliza la espectacular cantidad de dinero que ganaba Rubiales y ganará, por supuesto, su sucesor. Sin ninguna experiencia y formación relevante en la gestión empresarial se levantaba más de 900.000 euros al año, además de otras sinecuras. Se trata, además, de una institución muy fácil de gestionar. Lo difícil es conseguir el cargo y ser capaz de crear la red clientelar que garantice la continuidad. Hay que reconocer que Rubiales lo ha sabido hacer. Es un político del deporte que supo encontrar un camino a la fama, la riqueza y el poder. Al final, lo han liquidado los suyos. En el momento en que Sánchez bajó el pulgar, como si fuera un emperador en el Coliseo Romano, su destino estaba sentenciado. No le ha salvado ni su afinidad personal y familiar con el PSOE ni el tejido de estómagos agradecidos que había creado o los favores que había hecho.

La historia es digna de un drama de Shakespeare, aunque escrito por algún guionista mediocre y con la zafiedad propia que aportan algunos protagonistas de escasa categoría como el suspendido presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Cuenta con todos los ingredientes. Un arribista bien conectado políticamente, aunque zafio y grosero, que durante años ha actuado como un déspota en el mundo del fútbol. Un beso robado acabó con su exitosa carrera profesional. Los mismos que aplaudían su disparatado discurso en la Asamblea han tardado poco en ejecutarle. Han visto la oportunidad. El botín que se repartirán es muy suculento. Macbeth traicionó y finalmente fue traicionado por sus amigos. Por supuesto, a Rubiales le falta la grandeza de los personajes shakesperianos, incluso de los más deleznables, pero el poder y la riqueza siguen siendo los hilos conductores de cualquier buen drama. Sus amigos internacionales no tardaron en actuar, porque es popular, ético y políticamente correcto. Finalmente, sus compañeros lo han humillado quitándole el sueldo y reclamándole el coche, el teléfono y el ordenador. Ahora comienza, como hizo Sila, las proscripciones con los leales al caído.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)