Aquí estamos de paso

Agravios y desagravios

Sería ingenuo confiar en que la medicina del diálogo y su puesta en valor se aplique a otras patologías de nuestra política como la fragmentación, la descalificación del adversario o esa falta de respeto institucional de que hacen gala partidos de gobierno

Hay un fragor de fumata blanca a mitad de camino entre el alivio y el optimismo y se abren paso en el aire llamaradas sonoras de un tañer de campanas que descansaban herrumbrosas, perdida la esperanza de anunciar algún día la buena nueva. Por fin, lustro de parálisis creciente mediante, los dos principales partidos del bipartidismo que vuelve a cobrar brío se han puesto de acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial. Desatasca el funcionamiento de la Justicia por sus más altas cumbres este pacto PP-PSOE con la traumática efectividad de un repentino y contundente laxante intestinal. Sale todo el residuo de la política presente por el conducto liberado (que no llamaré cloaca para que no se me saque de contexto) y vemos cómo se alejan tal que el pañuelo de Julio Iglesias los insultos, los despropósitos verbales, las exigencias, los engaños, las estrategias forjadas para perjudicar al adversario al precio de una parálisis ya inaceptable en el gobierno del tercer poder del Estado. Por lo menos de momento. Pelillos de desatranque a la mar. La política cumple en parte su responsabilidad de ponerse al servicio de las instituciones, en ese caso la del gestor del Poder Judicial. Solo en parte, porque la responsabilidad no era únicamente de gobierno y oposición, de PP y PSOE, sino de todo el Parlamento, que es al que corresponde designar a los miembros del Consejo General. Pero esta rutina de recelo cuando no lejanía del respeto institucional en que nos hemos asentado, normaliza anomalías como la de la caducidad indigerible ya de este órgano hoy felizmente renovado y la pasividad irresponsable del Congreso de los Diputados con sus presidentas y presidentes a la cabeza.

No cabe, con todo, albergar muchas esperanzas de que el rotundo e higiénico desatasco vaya más allá del tratamiento específico de este caso de estreñimiento institucional.

Sería ingenuo confiar en que la medicina del diálogo y su puesta en valor, el desagravio a la Justicia, se aplique a otras patologías de nuestra política como la fragmentación, la descalificación del adversario o esa falta de respeto institucional de que hacen gala partidos de gobierno. Porque ya no son solo Podemos (¿qué fue de…?) o Sumar (¿qué será será?) los que juegan a críticos malotes frente a la tradición aunque en ella se sostenga el mismo Estado.

Lo del viaje del Rey a las repúblicas bálticas sin gobierno que lo acompañe es el ejemplo palmario de que también en el PSOE, o al menos en la parte que ocupa el gobierno, se toman poco en serio la responsabilidad institucional. Viajar sin ministros es mucho más que una indecorosa manera de mostrar desinterés, supone un agravio a la institución de la Corona que hoy por hoy (y sí, hasta los republicanos deberían tener el valor de reconocerlo) constituye el más sólido armazón institucional sobre el que descansamos. Y la institución que con más rigor y eficacia cumple su función Constitucional.

Es precisamente ese compromiso, su estricto sometimiento a la política gubernamental, el que desnuda agravios como el de este viaje. El Gobierno no ha estado donde tenía que estar. Y la llegada a los postres de la ministra de Defensa no hace sino dar la medida real del daño. Tarde, deprisa y corriendo donde tenías que estar desde el principio.

Tarde han llegado también al pacto sobre el poder judicial. Pero al menos han alcanzado acuerdo, y aquí no se trataba de acompañar sino de dar la vuelta a una tortilla que apestaba.

Agravios y desagravios. La vida misma.