
Las correcciones
Andrés, Epstein y Trump, el final del principio
Para los británicos cada vez es más difícil tolerar que el tercer hijo de Isabel II siga llamándose príncipe y viva en Windsor
Esperaba mi tren en Charing Cross cuando una mujer elegante se sentó a mi lado. Su presencia me resultaba familiar. Era Emily Maitlis, la periodista de la BBC que desmontó al príncipe Andrés en aquella entrevista magistral de 2019. Durante varios minutos compartimos el banco en silencio. Pensé en abordarla, decirle que admiraba su trabajo, y que esa entrevista había sido una lección de buen periodismo. Pero la vi tan absorta en sus pensamientos que el respeto se impuso sobre la curiosidad profesional. Me gustó verla en el metro, entre la gente, como una más.
Emily Maitlis ha vuelto estos días a los medios tras la publicación de las memorias póstumas de Virginia Giuffre, «Nobody’s Girl», y el anuncio del príncipe Andrés de que renuncia a los títulos de duque de York y caballero de la Jarretera y que se mantiene alejado de la vida pública. El Palacio de Buckingham piensa que este gesto «voluntario» del príncipe Andrés pone punto y final al escándalo.
Me temo que no. «Nobody’s Girl» no es el principio del fin del caso Epstein sino el final del principio. Las revelaciones de que Giuffre mantuvo tres encuentros íntimos con el príncipe Andrés contradicen la versión del ex duque de York y no solo cuestionan su honorabilidad sino que apuntan a algo peor. Virgina Giuffre alega que Andrés abusó de ella en la casa de Maxwell en Londres, en la de Epstein en Manhattan y durante una «orgía» con otras chicas «que parecían menores de edad» en su isla privada en el Caribe, cuando ella solo tenía 17 años.
En los últimos días se ha publicado que el príncipe Andrés envió un email a Epstein después de que supuestamente hubiera cortado toda relación con él. «Sigamos en estrecho contacto y quizás podamos jugar juntos de nuevo», escribió. Leer estas palabras dirigidas a un condenado por pedofilia resulta nauseabundo.
Para los británicos cada vez es más difícil tolerar que el tercer hijo de Isabel II siga llamándose príncipe y que viva en Royal Lodge en Windsor Great Park, una mansión de 30 habitaciones, por la que paga «un grano de pimienta» al año. Es decir, nada. El rey Carlos III habría pedido a su hermano que renuncie al contrato que le permite a él y su familia permanecer en esta propiedad hasta 2078 y se traslade a Frogmore Cottage, la antigua casa de los duques de Sussex. Pero a estas alturas, incluso, este movimiento puede ser insuficiente. El malestar por la ausencia de remordimientos de Andrés es enorme. Crece la presión para que el Parlamento británico le despoje de todos sus títulos, incluido el de príncipe, y le envíe al exilio. Podría ser Suiza u otro país soleado. Algún lugar en el que deje de atormentar a la familia real británica.
No he leído «Nobody’s Girl», pero sí algunos extractos. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aparece citado. Giuffre conoció a Maxwell en Mar a Lago. En el libro no da más nombres, pero sí habla de los millonarios que acudían a las fiestas de Epstein.
Como dice Mailtis, tenemos que seguir haciendo preguntas. Se lo debemos a Virginia, que se quitó la vida a los 41 años, la misma edad que tenía el príncipe Andrés cuando la conoció, y a todas las víctimas abusadas por una élite que se creyó impune.
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