
Editorial
Aquel fue un terror sin límite sobre Israel
Ahora, en El Cairo, los dirigentes de Hamás tendrán que admitir su derrota y desaparecer en el basurero de la historia
Cuando se cumplen dos años del ataque terrorista planificado y llevado a cabo por Hamás contra las poblaciones del sur de Israel fronterizas con la franja de Gaza, el mundo contiene la respiración ante la esperanza de un acuerdo de paz que ponga fin a las operaciones militares israelíes y acabe con las imágenes de destrucción y muerte que conmueven a todas las personas de buena voluntad. Y, sin embargo, no será posible una paz duradera y basada en la justicia si esas mismas gentes, hoy tan conmovidas, aceptan como verdad revelada la versión de los hechos de unos asesinos desalmados que, sin provocación, llevaron el terror hasta donde fueron capaces de hacerlo, con un designio político, una estrategia cuidadosamente pensada, que el odio indescriptible, sin límite, de una parte de la población de Gaza hacia los judíos convirtió en una orgía de asesinatos, violaciones brutales en masa de jóvenes y adolescentes, y destrucción de hogares durante unas horas que a los supervivientes, todavía traumatizados, se les hicieron interminables. Hoy, en Israel, se conmemora el horror de aquellos días y, un año más, una parte de la sociedad judía, libre y democrática se preguntará cómo fue posible y exigirá respuestas y responsabilidades a sus gobernantes por el mayor desastre de seguridad en la historia de Israel, sin apreciar suficientemente que el ataque se produjo cuando el estado israelí se hallaba inmerso en una política de acercamiento a los países árabes, correspondida, que iba a culminar con el establecimiento de relaciones diplomáticas con Arabia Saudita, en un giro geoestratégico de la mayor trascendencia. La brutalidad del ataque del 7 de octubre se explica, pues, en la provocación de la reacción armada del gobierno de Tel Aviv sobre Gaza que, con seguridad, abortaría el camino hacia la normalización de las relaciones árabes con Israel, situación que acababa con la pretensión de alcanzar la hegemonía regional del régimen teocrático iraní. Se contaba, como en otra docena de ocasiones, con que la tragedia desencadenada sobre la población civil de la franja, de siempre escudo humano de las milicias islamistas, agitaría a las sociedades occidentales en favor de una tregua, impidiendo la derrota completa de Hamás. Para ello, contaban con la movilización de esa izquierda europea, sólo pro-palestina desde su consciente o inconsciente antisemitismo, siempre a la búsqueda de una bandera y de una causa, una vez perdidos los viejos ideales revolucionarios. No contaban con que el gobierno israelí, ante el terror sin límite caído sobre la parte más vulnerable de su población, no estuviera dispuesto a repetir una vez más el juego que proponía Teherán. Ahora, en El Cairo, los dirigentes de Hamás tendrán que admitir su derrota y desaparecer en el basurero de la historia. Como ya lo han hecho sus viejos apoderados, que no aliados.
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