Tribuna

Bullying: el silencio de los acosados

A él no le venderán que ello es propio de la especie humana sin más. A él no le convencerán de que nuestra sociedad no nos deja cada vez más expuestos. No le dirán que las escuelas funcionan bien con la mengua continua de autoridad de los maestros

Suena la campana, y nuestro adolescente aqueja el temor del rito cotidiano. Lejos de la imagen de las escuelas de dibujos animados, él no lanza aviones de papel ni grita de alegría por haber llegado el tiempo del recreo. Recoge a paso de lenta tortuga su estuche y sus apuntes. Ojea si al profesor le queda mucho para salir por la puerta del aula y mientras, dado que es un buen estudiante, busca su mirada cómplice, de protección, un momentáneo salvavidas ante el más que probable mal rato de descanso. No es buen deportista, ni lidera ni da juego, sólo sirve de bulto en cualquier escuadra futbolística, y si puede, prefiere quedar al margen de la partida. No es que tenga gustos excesivamente distintos a la gente de su edad. Su marcada responsabilidad le inmuniza de la malicia social. Preferiría hablar animosamente de los últimos videojuegos o comentar la serie de moda, que él también ve, pero ello no es posible. Cual los perros que ladran ante el viandante que biológicamente no aguanta su presencia, él transmite temor, es carne de acoso.

Mientras los líderes de la jauría están entretenidos metiendo goles el rato se hace algo más llevadero. Uno se queda en uno de los márgenes del campo de juego, observando la botánica del centro, esperando a ver si se abre la puerta del aula y llega el maestro que dará la próxima lección. Unos de los peores ratos precisamente son esos, aquellos en los que la estrechez del pasillo, esperando que se abra el aula por haber llegado la hora, parece poner la carnaza más próxima del morro del cocodrilo. Los rasgos hiperbolizados de la adolescencia son la diana de la broma pesada, comienza la erosión de autoestima. Uno debería aprender a reírse de sí mismo e inmunizarse ante el fácil insulto, pero la debilidad personal está ahí, nuestro adolescente no es un pilar en el grupo, sino una raya discontinua que está por obligación, pero preferiría esconderse en su habitación, fuere mañana, tarde o mediodía.

«Homo homini lupus». Hay quien niega que el ser humano pertenezca al campo semántico de lo animal, pero el día a día de nuestro adolescente no es tan distinto de los aguiluchos que se pican los ojos luchando por una pata de conejo. Precisamente donde debiera residir el don de la educación, él recibe el escarnio de la llamada inadaptación de grupo. A unos les agraden física, verbalmente, a otros simplemente les excluyen del grueso del grupo. No todos los acosos son iguales, como tampoco lo son los enseres de tortura en la mazmorra. Incluso aquellos compañeros que en momentos puntuales son confidentes y cuasi amigos, cuando llega el momento le traicionan esquivando el bulto, no fuera a ser que también se metieran con ellos. Los neurocientíficos lo saben bien, es el efecto Lucifer.

Existe la excusa de que las novatadas, bromas pesadas, ostias y abusos han existido desde Caín. De que más allá de las teorías filosóficas más detallistas, no somos tan distintos de hienas con dos patas. Lo atávico de lo biológico, excusas para la desidia del poder público. No todo acoso es brutal, la modernidad ha traído la ponzoña de las redes sociales. Los móviles no protegen al adolescente de perderse, sino que le exponen ante un foco mayor de agresiones. Si antes duraba minutos el recuerdo de la broma, no quiera saberse cuánto puede llegar a perdurar la foto o montaje hechos para perturbar, destacar entre los machotes o para hundir a aquella chica que, por definición, tiene los cambios en el cuerpo propios de la pubertad.

Se habla de la cosificación, de la hipersexualización... pero el prisma se separa de nuestro adolescente presente en toda escuela. ¿Es un rol social? ¿Es que siempre debe existir? Con suerte pasarán los años y nuestro adolescente cambiará de espacio. Aún con mayores responsabilidades, ello parecerá un cambio del Hades al Elíseo. Se han mitigado los acosadores, aunque la autoestima quedará aquejada. Nuestro ya no adolescente seguirá escuchando medidas para diferentes colectivos, quedando su pasado temor como algo natural propio de la edad. Pasea por las calles de su ciudad y ve que continúan y continuarán existiendo los roles entre los jóvenes. Solo hacer falta ver las expresiones en las caras de los chicos y chicas, en algunos, desde luego, ve reflejado su expresión, su anterior temor, sus antiguos lobos.

A él no le venderán que ello es propio de la especie humana sin más. A él no le convencerán de que nuestra sociedad no nos deja cada vez más expuestos. No le dirán que las escuelas funcionan bien con la mengua continua de autoridad de los maestros. Nuestro ya no adolescente ha progresado en su vida, y a aquellos que ha querido retratar en estas líneas les dirá tan calurosa como sinceramente: yo sí os creo.