El canto del cuco

La cabra Alchiba

Veo a mi madre ordeñando a las cabras al rayar el día y vuelvo a oír el ronco sonido de la cuerna del cabrero convocando a la cabrada, mientras contemplo la estampa airosa de mi cabra Alchiba

He apadrinado una cabra. Se llama Alchiba. Ha sido el curioso regalo que me han traído este año los Reyes. Aquí tengo delante el documento que lo certifica. Sólo conozco a Alchiba de fotografía. Es una cabra mocha, joven y elegante. Parece alegre y retozona. Se la ve en la foto con un gabejo de heno y una cantarilla de leche al lado, significando que con su leche se hace allí queso. Vive en la finca «El Campillo», de Murcia, no lejos de Orihuela, el pueblo de Miguel Hernández, el poeta cabrero, al que me ha llevado inmediatamente la coincidencia. «Por el cinco de enero, / cada enero ponía / mi calzado cabrero / a la ventana fría ./ Y encontraban los días, / que derriban las puertas, / mis abarcas vacías / mis abarcas desiertas…» Yo he tenido más suerte, no puedo quejarme. Además de la adopción del precioso animal, acabo de recibir una caja con cuatro tipos de queso «de la cabra Alchiba, la estrella de la constelación Corvus», acompañados de una rama de romero de la finca.

Me he enterado de que hace ahora 30 años que Juan Luis y María José, dos apasionados de la vida natural, dejaron la ciudad y compraron «El Campillo». Empezaron con cincuenta cabras. Y decidieron hacer queso artesano y ecológico de venta directa. Es un ejemplo meritorio más , heroico a veces, del regreso al campo en busca de sosiego, y del empeño en emprender una actividad económica sostenible. Me los imagino pastoreando las cabras al atardecer, ordeñándolas o amamantando, ya de noche, a los cabritillos. Y me hace revivir mi infancia en el pueblo. En la majada, situada en la planta baja de la casa, convivían, en buena armonía, el rebaño de ovejas y el revoltoso hato de cabras, entre zarzos y duernas. Veo a mi madre ordeñando a las cabras al rayar el día y vuelvo a oír el ronco sonido de la cuerna del cabrero convocando a la cabrada, mientras contemplo la estampa airosa de mi cabra Alchiba.

(P.D: Después de casi cuarenta años de suscriptor, me doy de baja de «El País». No puedo más. El despido de Fernando Savater no me deja ya escapatoria. Su columna del sábado en la última página era la más esperada por mí. Es un gesto de solidaridad y de protesta cívica. Pero hay más. Cada día que pasa, la trayectoria de «El País», que fue un importante periódico de referencia, me produce más incomodidad y disconformidad. Lo de Savater me ha sacado de quicio. Lo siento de veras).