
«De Bellum luce»
Los cachorros de Otegi que comen también de Sánchez
Las nuevas generaciones de la izquierda abertzale se han radicalizado, se inspiran en lecturas marxistas-leninistas y abertzales más rígidas y han devuelto a las calles una estética y unos métodos de protesta que recuerdan a épocas superadas
Bildu no es solo la aseada representación que se deja ver en el Congreso de los Diputados y con la que sí se codean los socialistas sin andarse con tapujos. En Bildu hay tensiones internas que ocultan mucho mejor que los partidos tradicionales, y que en buena parte tienen su origen en la radicalización de las nuevas generaciones abertzales que crecen a cobijo del pacto entre Pedro Sánchez y Arnaldo Otegi (con los presos como original elemento motor).
Mi compañero Diego Rodríguez informaba esta semana de la semilla de la nueva «kale borroka» que representa GKS, un movimiento juvenil escindido de la izquierda abertzale tradicional, más radicales y que están detrás de acciones violentas como las manifestaciones que hubo el pasado 30 de octubre en Pamplona o el pasado 12 de octubre en Vitoria.
El blanqueamiento socialista de Bildu está sirviendo para poner sordina a estos radicales o a las tensiones que crecen dentro del partido de Otegi. Unos y otras no tienen apenas presencia en el ecosistema mediático vasco, no entran tampoco en la agenda política (salvo por los avisos del PNV respecto al peligro que representan estas tendencias violencias que van a más) y disfrutan de una tolerancia de la izquierda que les permite ir ganado espacio hasta niveles que hacen que ya haya quienes advierten de que están fuera de control incluso para Otegi.
El partido de Otegi vive en la «era Sánchez» su etapa de mayor confort político. Y en el socialismo vasco ya hay quienes coquetean con la tentación de buscar acuerdos de poder con Bildu en las próximas elecciones municipales, a modo de tanteo o de calentamiento social para la batalla por la Lendakaritza. Esos pactos tienen su riesgo, sobre todo si suponen colocar al PSE como fuerza subordinada de Bildu para que el poder lo ejerzan los herederos de Batasuna, pero la tentación está ahí, y las voces que defienden caer en el «pecado» van a más.
Mientras, las nuevas generaciones de la izquierda abertzale –principalmente GKS y otros colectivos orbitando alrededor de Sortu- no siguen la línea de moderación que vende el liderazgo político de Bildu. Al contrario, se han radicalizado, se inspiran en lecturas marxistas-leninistas y abertzales más rígidas y han devuelto a las calles una estética y unos métodos de protesta que recuerdan a épocas superadas. No son una anécdota porque la brecha entre los dirigentes institucionalistas y las bases movilizadas puede tensionarse si la juventud considera que la dirección renuncia a la confrontación histórica con el Estado. El socio leal, y bien alimentado por Sánchez, es también esto, aunque el relato oficial lo oculte.
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