Las correcciones

El cáncer nos iguala a todos

El detalle con el que se habló de la «próstata agrandada» contrasta con el secretismo del cáncer de Carlos III

En su último libro, «Carlos III: nuevo rey, nueva corte, la historia desde dentro», el biógrafo real Robert Hardman sostiene que las expectativas maliciosamente mantenidas hacia quien fuera el heredero más longevo de la corona británica han sido ampliamente superadas durante el primer año de la era carolina. El de Hardman, corresponsal real con 25 años de experiencia, un auténtico «royal insider» como dicen los ingleses, que se ha sabido ganar el respeto de los Windsor por su rigor, prudencia y profundo conocimiento de la institución y de su historia, no es un juicio menor. Nuestros lectores más maduros recordarán la explosiva entrevista de Diana en el programa Panorama de la BBC (el mayor escándalo de la televisión pública británica). En esa conversación con Martin Bashir, Lady Di suelta dos bombas atómicas. La primera fue que su matrimonio era, en realidad, un trío: Carlos, Camilla y ella. La segunda que no creía que Carlos tuviera madera para ser un día rey de Inglaterra. Diana no estaba sola en sus dudas. Durante los últimos años del reinado de Isabel II, en el Palacio de Buckingham corría una ansiedad palpable sobre el futuro de la institución sin «la roca», la soberana durante las últimas siete décadas. Carlos -temían- no estaría a la altura del cargo y el apoyo a la monarquía caería en picado. La institución ancestral dejaría de tener cabida en una sociedad democrática y moderna. Pero, los agoreros fallaron. La coronación de Carlos III fue un éxito. Los británicos se echaron a las calles a pesar de la lluvia y dieron una acogida calurosa a su soberano. La corona es un pilar indiscutible de la identidad británica, por ahora. Tras la ceremonia uno de los allegados de Carlos III confesó que, en lugar de aplastarle, la corona le había hecho «diez años más joven». Las décadas de espera no eran una desventaja sino una garantía de su determinación como servidor público. En este año, el rey ha sabido capear los nubarrones. Dentro del clan Windsor, ha gestionado a los dos eslabones débiles de la corona, la caída en desgracia del príncipe Andrés (Carlos fue quien más presionó a la reina para cortar por lo sano por el caso Epstein), y la rebelión de su hijo, el príncipe Harry.

Sin embargo, ni los reyes ni princesas pueden escaparse de la fatalidad. El anuncio de que Carlos III padece cáncer se ha convertido en un cruel recordatorio de la fragilidad humana y del acecho de la mortalidad. A tres meses del primer aniversario de la coronación, su reinado ha quedado truncado por la enfermedad. Buckingham quiso «evitar especulaciones» revelando la enfermedad, pero al guardarse parte de la información -no sabemos el tipo de cáncer que padece, ni el tratamiento, ni el tiempo que estará ausente- ha trasladado la sensación de que se oculta algo y que el diagnóstico pudiera ser peor del que se reconoce. La parquedad de palacio contrasta con la locuacidad con la que se habló del agrandamiento de la próstata, algo inédito entre los «royals». El peso de la corona recae ahora en [[LINK:INTERNO|||Article|||64558ccd54e0b0e423c95488|||]]

príncipe Guillermo

quien debe contrarrestar el síndrome del trono vacío mientras su mujer sigue convaleciente de una «cirugía abdominal» -envuelta también en un gran secretismo-. Es un doble revés para la monarquía británica, pero, en especial, para un hombre que tuvo que esperar 75 años para reinar.