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Acoso

La Razón
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Asistimos estos días a una cascada de acusaciones de acoso sexual más o menos recientes. Todo lo desencadenó un destacadísimo productor norteamericano Harvey Weinstein, un hijo de puta importante, un depredador sin límite, que ha encendido una llama que está siendo contagiosa. Un tipejo sin moral, sin tripas, sin hígado, que se ha dedicado a extorsionar a cambio de sus perversiones a decenas de actrices y aspirantes que intentaban obtener un papelito en una de sus películas. A partir de ahí, cantó la gallina un actor que sufrió abusos por parte de Kevin Spacey cuando aún era menor, abrieron la boca dos mujeres a las que Dustin Hoffman consideró parte de su catering, se filtró que el ministro de Defensa inglés, ya dimitido, puso la mano en la pierna de una periodista durante una cena considerando que eso quedaría para siempre en el off the record. Ninguno lo ha negado, pero eso qué más da. Asistimos también estos días a conversaciones de lo más carpetovetónicas de tipos que se empeñan en argumentar que es que somos unas exageradas, que ponerte la mano en una rodilla no es para tanto, que ellas deberían haber denunciado en su momento y que quizá sea una palabra contra la otra. Son esos mismos que, aprovechando su posición de mando, te cuentan a diario los chistes más asquerosos o hacen comentarios que no resistirían ni un solo filtro del buen gusto mientras tú te callas por no perder tu trabajo o simplemente porque no te tomen por sospechosamente sensible. Y si tú dices que no, que no hay derecho, eres una feminazi. Miren, yo creo que no hay una sola mujer en el mundo que, en algún momento, no se haya sentido alguna vez en la vida incomodada. No creo que haya ninguna mujer en el mundo que no haya escuchado comentarios deleznables y creo también que hay millones de mujeres que han tenido que rebajarse para no perder su trabajo, el de sus hermanos, su pareja, sus hijos, o verse obligadas a abandonar una asignatura por culpa de ese profesor demasiado cariñoso. Ni les cuento cuando eres soltera: se da por supuesto que debes tragar y si no lo haces proporcionas la explicación a tu soledad sentimental. No es el que se pasa el que le pone nombre a su acción, es la que la recibe quien tiene derecho a calificarlo. Y sí, ahora, llámenme feminazi.