Cargando...

Restringido

Alita

La Razón La Razón

He tropezado inesperadamente con don Miguel de Unamuno y su «Elegía en la muerte de un perro», su perro, y me ha conmovido. «Sus ojos mansos / no clavará en los míos / con la tristeza de faltarle el habla;/ no lamerá mi mano / ni en mi regazo / su cabeza fina reposará...». Y me he acordado de Alita, mi perra. Llegó en pleno invierno. Los tíos subían de Navarra por el itinerario acostumbrado con los caballos cargados de vino, laurel, palodulce, pan blanco y aceite para la matanza, pagado con el sueldo del trujal.

Viajaban de noche, por rutas secundarias y difíciles, para esquivar a los tricornios en aquellos tiempos de racionamiento y pan negro. Iban por Canejada –«Canejá» la llamaban–, en el valle frutal del Alhama, cuando notaron que un animal les seguía. Era una perrita. Trataron inútilmente de alejarla de su compañía, pero con el paso de las horas se encariñaron con ella y, al fin, le echaron un cantero de pan de la alforja.

Llegaron exhaustos y cubiertos de nieve cuando apuntaba la mañana. Al ruido de la puerta y los cascos de los caballos nos despertamos todos en la casa. Para nosotros, los niños, la perra fue el mejor regalo de aquel viaje. Era una perrita blanca de ancho lomo con alguna mancha oscura en la piel, un animal cariñoso, sin raza ni nombre, y yo la llamé «Alita», no sé por qué. Desde entonces la consideré un poco mía.

No tardó mucho en quedarse preñada. Entre los perros, seres de la calle, seres libres sin collar ni correa, funcionaba en el pueblo el amor libre a la intemperie. Nacieron seis perritos lustrosos y variados, de distintos pelajes, una hermosa camada. Me dijeron que eligiera uno, el único que se salvaría de morir contra las peñas del río. Opté por uno de pelo pardo, al que llamé «Ton».

Con el tiempo se convirtió en un perrazo poderoso y noble, que arrasaba en el estepar cuando saltaba la liebre. La Alita y el Ton fueron los más leales compañeros de mi infancia. El día que murió Alita lloré amargamente. Ahora me pregunto con Unamuno: «¿Dónde se fue tu espíritu sumiso? ¿no hay otro mundo / en que revivas tú (...) / y encima de los cielos/ te pasees brincando al lado mío?».

Cargando...