Francisco Nieva

Allá películas-II

La Razón
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Bette Davis, la actriz incesante, dentro y fuera de escena, cuya vida y oxígeno solo dependen de fingir. Finge como respira. Finge incluso ser ella misma, la Davis, infalible en los más diversos papeles.

Yo me felicito de haberla descubierto en su película «Jezabel», de William Wyller. Todo un recital deslumbrante al lado de Henry Fonda, otro monstruo sagrado de Hollywood.

Admirable es su intervención en la película de Robert Aldrich «¿Qué fue de Baby Jane?», interpretando el papel de Jane Hudson. Odiosa y repulsiva persona. Sádica torturadora de su hermana, Blanche, antigua estrella de la pantalla que encarna la famosa Joan Crawford muy eficientemente. Pero Davis se supera a sí misma, sin ningún género de dudas. La película es apasionante, con un sostenido suspense hasta el final, solo urdido para sorprender al más inocente espectador, lo que no excusa una intervención magistral a todos los niveles. Una enferma crónica, tanto de alcohol como de envidia y odio. Un gran ente de pesadilla, que nos deja un imborrable recuerdo. El glorioso remate de su carrera.

Hay que verla recibir el gran premio de San Sebastián, en el estremecedor documental en el que se muestra fingiendo lo que es: una gran estrella de cine. Su paso por el hotel Reina Victoria, cuidando de que no se la vea caminando en silla de ruedas, obligando a todo el servicio a que no se muestre, cuando ella la utiliza furtivamente. Encerrada en sus habitaciones del hotel con una sola acompañante, Bette Davis se prueba la indumentaria y ensaya sus palabras de agradecimiento ante los medios. Se me ocurren a la ocasión dos famosos títulos filosóficos: «El mundo como voluntad y representación», de Schopenhauer, y «La paradoja del comediante», de Diderot. Todo en ella es voluntad, representación y paradoja.

La actriz Bette Davis no se halla consigo misma, sino interpretando una vida otra y un personaje de ficción. La edad no puso límites a esta fatal vocación y llegó a anunciarse en los periódicos: «Famosa diva del cine busca trabajo». Y lo tuvo para interpretar tremebundos personajes que le reportaron un mayor éxito, si cabe.

Ciertamente, la literatura es el principal género argumental del cine, y es en extremo curioso que el tópico cine legendario, histórico y sentimental de Hollywood se inspire tan directamente en el melodrama romántico, con sus personajes de figurón; el que había seducido al público popular en el famoso Boulevard de Saint Martin en París, de sobrenombre Boulevard del crimen, por los muchos teatros que lo flanqueaban, especialmente dedicados a cultivar el melodrama popular, que la meca del cine adopta como su más boyante negocio. El tardo-romántico Echegaray parece el mejor guionista para la Davis, y es asombroso el parecido del guión de «¿Qué fue de Baby Jane?» con su obra teatral «La más mala». Es bien sabido que Echegaray fue muy duramente combatido por la juventud modernista, que lo convirtió en el baldón de las letras dramáticas españolas.

«En Bombay dicen que hay

una peste colosal,

y aquí estrena Echegaray.

Mejor están en Bombay».

En cabeza de aquella facción inculpatoria y difamatoria se hallaba nuestro muy entrañable Don Ramón María del Valle-Inclán, del que se contaba que alguien llegó a echar al correo una carta con las señas: «Calle del viejo idiota, 5». Y la carta llegó. Al punto me viene esta reflexión: ¿Qué monumental Marigaila no hubiera hecho Bette Davis?

Es gracioso ese anacrónico parecido entre las obras del denostado dramaturgo español –su «terribilitá» manifiesta– y la actriz Bette Davis en su pública manifestación, su representación final en un festival español. La Davis, en San Sebastián, cuidó su presentación-representación con un extremo celo profesional que causó una trepidante sensación. Apareció como una augusta y respetable ruina y un monumento en degradación, un incomparable fantasma que despertó el entusiasmo de todos los asistentes al acto. A mí, particularmente, me fascinó. Desde la memorable Jezabel, seguí la carrera de la Davis hasta su patética y monumental aparición durante el Festival. Ella fue coronada como reina de la ficción, y a los pocos días falleció en un hospital británico. Todas las cinematecas del mundo le rindieron los justos honores a su memoria. Los mismos que ahora trato de hacerle yo con este panegírico para los cinéfilos que me lean.

Yo la declaro el Hada Morgana del cine americano.