Violencia de género

Anatomía de una agresión

La Razón
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Sin pruebas ni deliberaciones, cualquier sentencia es injusta. Las prisas, que sólo son buenas para los ladrones y los malos toreros, huelgan en juicios de valor y veredictos apriorísticos y apresurados. A Lucas Hernández, 20 años, futbolista del Atlético, juventud insultante y atractiva cuenta corriente, de madrugada se lo llevó esposado la Policía, que acudió a su domicilio por dos llamadas telefónicas. Una denunciaba lo que parecía una trifulca «familiar» y otra, una agresión. El jugador no ofreció resistencia cuando se lo llevaron. Lucas cometió dos faltas antes de la supuesta agresión a su pareja, ocho o diez años mayor que él. A menos de 48 horas de un partido –contra el Leganés, en el Calderón–, «salió con varios amigos, tomó alguna copa de más y llegó a casa pasado de vueltas a las dos y media de la madrugada». Eso cuentan. Y añaden detalles: su novia, que no quiso acompañarle, le recibió con cajas destempladas, «aporreó el coche y cuando él abrió la puerta la tiró al suelo». Sugieren los afines al jugador que más que agresión fue un accidente e incluso «un empujón para quitársela de encima». La chica fue al hospital y el chico abandonó el juzgado al mediodía después de prestar declaración. La fiscalía ha decretado una orden de «alejamiento mutuo». Vamos, que ni se acerquen entre ellos. El aviso es para los dos.

En «Anatomía de un asesinato», James Stewart tuvo que demostrar que Lee Reemick había sido violada para librar a su marido, Ben Gazzara, de la acusación de asesinato; mató al del bar, sí, pero en un arrebato, sin premeditación... La anatomía de esta agresión, presunta agresión, es inadmisible porque la violencia de género no admite contemplaciones cualquiera que sea el grado; pero ha de sostenerse con pruebas, no con el juicio del telediario.