Alfonso Ussía

Arte y alegría

La Bombonera de Cuatro Caminos, la plaza de toros de Santander es de las más bonitas de España. Es una plaza guapa, con un público entendido y con ganas de disfrutar del buen toreo. El público que llena los tendidos santanderinos es variado, educado y respetuoso con los toreros. Y alegre cuando el buen arte se presenta. Muchos jándalos, los «jandaluces» que marcharon de sus prados y bosques en pos de la aventura americana y se quedaron en Andalucía. Para mí, que el jefe de los jándalos es «Trifón», de Borleña, en pleno valle de Toranzo, casi vecino de Vejorís, el solar de Quevedo. «Es mi casa solariega/ más solariega que otras/ que por no tener tejado/ le da el sol a todas horas». «Trifón» es el propietario de la sevillana «La Flor de Toranzo», tradicional centro de reunión en los aperitivos. Bético rotundo, cuando llegan los calores se instala en las raíces de los suyos. Y va a los toros a revivir memorias con la sonrisa puesta, que aquí no se abonan los aficionados para enfadarse, como en Madrid.

Por ahí la belleza de Eva Peña, la jefa de prensa y de relaciones públicas del maestro Perera, que estuvo inmenso, juncal y profundo. Como «El Juli», que por matrimonio es mi sobrino, y orgullosísimo estoy de que lo sea. Un torerazo. Y un tercero, Ureña, con gran mérito, todavía a mi modo de entender e interpretar el toreo, excesivamente eléctrico. Por ahí Patricia Navarro y Vicente Zabala, los dos grandes críticos taurinos de esta época. Patricia de LA RAZÓN y Vicente en «El Mundo». Patricia Navarro ha sido torera –a ellas les gusta que les digan «torero», pero creo que es una falta de ortografía–, y escribe con libertad, criterio, hondura, gracia y mucho respeto. Y Vicente Zabala De la Serna, hijo del gran Vicente Zabala, no sólo ha alcanzado la sabiduría de su padre, sino que lo ha superado en su gozo literario. Con Vicentón padre conseguí que Domingo Ortega nos invitara a una «Fanta» de naranja en Las Ventas, lo que Zabala calificó de «hecho histórico». Y cenaba con él una noche de Semana Grande de San Sebastián en el restaurante inmediato al muelle de pescadores «Derteano», cuando el mismo Domingo Ortega, el escultor Sebastián Miranda y el escritor y crítico taurino de «ABC» Antonio Díaz-Cañabate, nos invitaron a compartir su mesa. No había cumplido el que escribe los 18 años y aquella invitación se me antojó irrechazable. Pero Vicente me detuvo: «Ni te muevas. El desdichado que se siente en su mesa, paga la cena de todos. Son profesionales del puño cerrado». Así estábamos cuando entró en el restaurante mi pariente y ganadero Carlos Urquijo de Federico. Se sentó con ellos. Y pagó la factura. «Menuda panda de cabrones», comentó mientras se daba el piro.

Eran los años gloriosos del «Chofre» donostiarra. Eso, una tontería. Antonio Ordóñez, Antonio Bienvenida, Curro Romero, «El Viti», Paco Camino, Diego Puerta, Manolo Vázquez... La Plaza de Santander se situaba un escalón por debajo de las de Bilbao y San Sebastián. Pero en la actualidad es con la de Bilbao la gran plaza del norte, sin olvidar la de Gijón, con sus características especiales, más bullanguera. Dicen los toreros que el único defecto de la plaza de Santander es su arena, oscura y rojiza, y que los vestidos de torear necesitan un doble paso por la tintorería para culminar su limpieza. Es decir, que de ser cierto, se trataría de un defecto mínimo y sin importancia.

En lo alto, los hierros de las ganaderías más antiguas de España, rodeando toda la plaza. Y cada diez metros, una Bandera de España. En Santander se cubren los balcones y las terrazas el Día de la Virgen del Carmen con innumerables Banderas de España, y ahí se quedan hasta que se cumple la Feria taurina de Santiago, y en esta ciudad donde España es un orgullo mostrado, la plaza de toros no se puede quedar atrás.

En los tendidos de sol, las peñas. Peñas de aficionados, todos atentos a la lidia y sus circunstancias. Poco que ver con las sanfermineras de Pamplona, protagonistas del espectáculo, quedando toro y torero en un segundo plano que no merece el arte en movimiento con la muerte escondida en los pitones. Pero en fin, en la variedad está la gracia y el interés. Y un dato curioso que merece ser resaltado. Reconocí en los tendidos a muchos aficionados venidos de Madrid. Ninguno tenía expresión de asco ni de enfado, y nadie sacó un pañuelo verde para hacerse el entendido y el interesante.

Una tarde de toros completa en una de las plazas más bonitas de España. Como su ciudad, que es alegría, belleza y cultura. Buenos toros, mejores toreros, sol de julio y un público entendido y entregado a la Fiesta. Eso, la Fiesta, no el Tanatorio de Las Ventas. Bravo por Santander.