Alfonso Ussía
Azafatos
El profesor Carlos Rodríguez Braun ha publicado en La Razón un texto, como todos los suyos, embriagador e inteligente. Trata del feminismo cutre y de las azafatas del Circuito de Jerez, que quieren eliminar los estalinistas de Podemos. A Stalin le encantaban las soviéticas vestidas de uniforme, y elegía a las altas, rubias y amables en los anocheceres para tenerlas a su servicio. Con las que daba gatillazo, las destinaba a Siberia para que aprendieran a comportarse con mayor calidad y calidez. Los grupos feministas que desean terminar con la presencia de las azafatas guapas del Circuito de Jerez, son de prestigio internacional. Marea Violeta de Jerez, Marea Violeta de Sanlúcar de Barrameda, Marea Joven y Colectivo Feminista de Jerez, Café Feminista de San Fernando, y Equiláteras Asociación de Cádiz. Grupos de enorme prestigio. Al final, Carlos Rodríguez Braun formula una pregunta, porque aún estamos en situación de formular preguntas, y haciendo uso de su libertad, que aún la disfrutamos, se cuestiona: ¿Qué piensan las azafatas de todo esto?
Coincide la memez de los llamados colectivos feministas de los aires vendimiadores, salineros y atlánticos, con la decisión adoptada por los organizadores de la Vuelta a España de suprimir los besos de las azafatas a los ciclistas triunfadores y prohibirles sus «poses» de modelos. Los acomplejados organizadores han hallado una solución para no ser agobiados por la obsesión sexual del feminismo activo, que no desea ningún espacio de igualdad entre los hombres y las mujeres, sino darle al rollo del sexo, del que algunas están faltas y escasamente cumplidas. Y para ello, para armonizar, van a contratar azafatos. Es decir, que hay explotación sexual con las azafatas y no con los azafatos. De esas cosas se ocupan.
El durísimo deporte del ciclismo, que se endurece aún más en las grandes vueltas, -Giro, Tour y Vuelta-, merece todo mi respeto, pero no me llena. Decía Antonio Mingote de su amigo Luis García Berlanga: -¿Cómo un tipo tan inteligente puede pasarse horas siguiendo una etapa que casi siempre gana el mismo ciclista?-. Se refería a las de alta montaña en el Tour en tiempos del gran Miguel Indurain. El anticiclismo de Mingote se resumía en un dibujo fabuloso. Tres afanosos ciclistas, con la lengua fuera, ascendían por un puerto de categoría especial. Entre ellos, con una bicicleta de anchos neumáticos y un cajón acoplado entre los manillares, pedaleaba un vendedor de helados. Y el vendedor de helados les decía a los ciclistas.- Voy al pelotón de cabeza , que me han pedido unos helados, y ahora vuelvo con vosotros-.
No hay nada sexual en la costumbre de las azafatas. Los ciclistas que suben al podio llegan agotados. No se fijarían ni en una ardilla. Una ardilla, por otra parte, poco agraciada según el baremo de belleza de las ardillas. Esas azafatas altas, guapas y refrescantes, forman parte de la estética del ciclismo. Resulta curiosa la tirria que sienten las feministas por las mujeres jóvenes, atractivas y deslumbrantes. Es comprensible la tirria, pero no la obsesión por aniquilar su trabajo. Las azafatas del ciclismo, del motorismo, del automovilismo y de los Congresos y Eventos múltiples y diversos, son guapas porque iluminan la vulgaridad. Si un Congreso de fabricante de gafas, de ópticos, es servido e informado por un grupo de azafatas feas, gordas, malhumoradas con la vida, y con las mareas violetas fluyendo por los axilámenes , al siguiente congreso no hay óptico que se apunte. Esas azafatas, que han cometido el delito social de nacer guapas, viven de ser guapas, y tienen todo el derecho para hacerlo. España está perdiendo la libertad, el tesoro más importante del ser humano. Y todo es consecuencia de la envidia. El feminismo no tendría que sufrir porque unas mujeres se ganen la vida entregando un ramo de flores y besando los papos de un ciclista sudado que termina de subir y bajar cuatro puertos de alta montaña. El feminismo sufre por otros motivos, muy comprensibles, por otra parte.
Con azafatos en lugar de azafatas, va a ver el ciclismo su tía. No porque tenga importancia el cambio de sexo en los que entregan el ramo de flores, sino por el sometimiento y el miedo que algunos tienen a quienes se mueven, casi exclusivamente, por el rencor y la envidia, para terminar con las costumbres y sustituirlas por sus complejos.
Son, sencillamente, unas pesadas.
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