Francisco Nieva

Barbarie en el teatro

Aquello que se aprende como fundamento teórico práctico de nuestra profesión –en este caso, la dirección escénica– no se olvida nunca, forma parte de nuestra conciencia estética. He tenido una formación muy cosmopolita y mis verdaderos maestros han sido Max Reinhardt, Stanislawski, Gordon Craig, Meyerhold, Bertold Brecht o García Lorca... y José Luis Alonso, conservadores de una cultura humanística, por atinada educación y amor al Arte. Preclaras inteligencias, que hoy se llevarían las manos a la cabeza comprobando la moda que adoptan y siguen sumisamente los de nuestra profesión. Moda destructiva y barbárica, desvirtuando al teatro clásico, sacándolo de quicio, manipulando el texto a su conveniencia, cambiándolo de tiempo y lugar sin razón alguna, demostrando así su carencia de educación humanística, su ignorancia, su osadía beligerante y desafiante de la misma opinión popular. ¡Odioso proceder! No tengo fuerzas ni autoridad para gritar en los estrenos: «¡Eso no se hace, desalmados, ignorantes, cabezas de chorlito!». Los que estudian Humanidades hoy en día no ven lo que han ido a ver, les parece una tomadura de pelo, una excentricidad de chicos malos, barriobajeros, que quieren destacar en su cotarro, que hacen alarde de su ignorancia en la creencia de la banda más zarrapastrosa que podemos imaginar, creyendo que así «son modernos». Ignoran que los maestros nunca hicieron eso, sino que enfatizaron el texto en cuestión, lo estilizaron, lo decantaron, demostrando su creatividad en decorados y vestuarios, afirmando su personalidad y originalidad estética. En ese terreno se fundaba su competición. Así fascinaron al público, por su singularidad, imaginación y creatividad. Gordon Craig pretendió montar los diálogos de Platón en un anfiteatro escenográfico y ocasional, sin cambiarles la túnica por un traje contemporáneo, para que el público entrase agradablemente en otro tiempo, resucitado por el Arte, fruto del conocimiento, la memoria estética y la sensibilidad creativa. Fruto de la inteligencia especulativa y evocadora de un pasado ideal. Todos tenemos derecho a ese refinado pasatiempo, como un sueño materializado de la memoria cultural. Moderna y audaz empresa la suya, aureolada de novedad. Quiso que fuera en Florencia, que los transeúntes de la ciudad gozasen de este privilegio de viajar por el tiempo, asistiendo a este bello espejismo de escuchar y ver argumentar a Sócrates y a sus discípulos, entre los que destacaban la imponente y sabia matrona, Diotima –la primera actriz en el reparto– y el favorito, el bello y discreto Alcibiades –el apolíneo galán de la compañía–. La devastadora Gran Guerra desbarató su brillante y genial proyecto. El director escénico debe trabajar para un público evolucionado y no para satisfacer a una masa mediocre y vulgar, que todo lo asume pasivamente. También hay crisis en el público.

Lo peor de las modas es que nunca terminan de pasar, y ahora, atravesamos una etapa de barbarie que secciona la continuidad de la cultura, cuya misión es la de superar lo bueno por lo mejor, ir siempre «más allá». Esto nos revela la decadencia de Occidente, su muerte anunciada por espíritus muy clarividentes. Lo peor de todo lo que vive es que siempre termina mal. «¡Miserere nobis!»