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Julián Redondo

Bartomeu

Antes de dimtir para presentarse a las elecciones, Bartomeu ha hecho los deberes, que le han venido rodados y envasados en tres copas que son como un bálsamo y, tal vez, garantía de continuidad. Aunque despidió a Zubizarrtea, ha convencido a Luis Enrique para que cumpla el año que le resta de contrato y le ha prorrogado otro más. La sonrisa de Messi, menos enigmática en la recta final de temporada que la de Mona Lisa, seguro que ha allanado el camino. La paz deportiva se hizo en el Barça y quién sabe si la consecución de los tres títulos más importantes del curso acarreará también la paz social. Asegurar este último objetivo es imposible porque a cualquiera que se presenta a unas elecciones le cuesta menos encender el ventilador que comportarse. En el campo de fútbol hay rivales; más allá, donde se cuecen las decisiones y se especula con el futuro, sólo enemigos. Bartomeu ha culminado año y medio de presidencia con los éxitos que rubrican los deportistas. Por su mala cabeza, o por fidelidad malsana hacia Sandro Rosell, se ha visto en coplas de tribunales. Tan desesperado estuvo que, del tejemaneje que montaron con el contrato de Neymar, llegó a culpar al centralismo. Pues hasta esa suerte ha tenido: finalmente le van a juzgar en Barcelona por su imputación en el caso, lo que no significa que se vaya a ir de rositas. La Ley es igual para todos y en todos los sitios, ¿o no? Éste es otro debate, y profundo. Antes de irse, Bartomeu ha puesto encima de la mesa otra renovación, la de Alves. Ha cumplido. ¿Se lo agradecerán?