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Buero, dramaturgo

La Razón
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Cuando Buero murió, en el año 2000, fui al María Guerrero a verlo en su tálamo mortuorio. Me despedí tristísima y le dije a Victoria, su esposa: «Me voy a escribirle una carta». «Pues dale recuerdos de mi parte», me contestó. Así lo hice, como también le hice a Buero, mi maestro y amigo, una promesa: que de vez en cuando le escribiría, hasta que nos encontráramos. El jueves pasado habría cumplido cien años y me gustaría felicitarle. Felicitarle por ser, por seguir siendo. Contarle cómo estamos los dramaturgos hoy. Porque tú, querido, nos dejaste dicho bien clarito que lucháramos por seguir siendo el espejo de esta sociedad. Por hacer del dolor belleza y crítica. Por enfrentarnos al poder. Por estar siempre a favor de los desfavorecidos. Por amar las palabras para darles sentido. Y aquí estamos, en ello. Pero tengo que darte dos noticias. Una buena y otra mala. Empiezo por la mala –que siempre hay que abrir esperanza en la tragedia–. Antonio, si vieras como está el país en cuanto a educación, responsabilidad, humanismo, volvías a cerrar los ojos. Esto es salvajemente consumista, superficial y necio. Todo es tener. Tener, correr, malgastar, temer. Salvo maravillosas gentes excepcionales, esto huele a vacío. De los políticos ni te cuento, no te podrías creer lo que está pasando. La gente corriente no ha vuelto a conocer el nombre de otro dramaturgo, ni le importa. Lo bueno es que hay muchas autoras, sí, mujeres, y autores nuevos, interesantes, peleones. Esto te encantará. Lo bueno es que no nos olvidamos de tu magisterio. Así que seguiremos luchando. Y yo te seguiré escribiendo.