María José Navarro

Calentito

Podría hablarles de Pujol y su señora, linda, educada y elegante donde las haya en estos deliciosos momentos. De la desmembración de España, unas veces por culpa de Mas, otras por el acecho de la yihad con mapa interactivo de la ocupación y todo. De Rosell y su percepción de nuestros sueldos. De Monedero y sus cosicas. De los tipos de interés. Del asteroide que nos va a pasar rozando. No. Ni hablar. Hoy, amigas y amigos, vamos a hablar de ósculos. De besicos. Vamos a ver: hay un portal de viajes de esos especialistas en el último minuto que ha hecho una guía europea del mundo de los besos. ¿Por qué? pues no lo sabemos, porque tendrán tiempo libre, imagino. El caso es que haciendo preguntas picantotas ya son capaces de tirarse a la piscina y contarnos cómo vamos de romanticismo por el Viejo Continente. A mí, por cierto, no me miren: desafortunadamente mi dentadura postiza me impide la constatación empírica, así que recuerdo borroso que se hacía con otra persona y se pasaba bien y no me pregunten más porque no caigo. Tomen nota y empezamos por lo propio. Los españoles somos los menos amorosos, más partidarios del uyuyuy, zas, por descuido. Los alemanes son poco besucones, eso sí, cuando lo hacen, playa, «DJ pastel», incluida la canción de Ghost. Los franceses, todo rápido. Beso corto, como su sentido del humor. Los ingleses, los prefieren de reencuentro, de esos que se esperan desde hace tiempo, y además no tiene por qué haber amor. Eso sí, la palma se la llevan los italianos, que son antiplanificación, superpasionales y muy de líquido, es decir, el típico y asqueroso intercambio de baba. ¿Lo ven? Pa la próxima, de Marta Ferrusola.