Alfonso Ussía

Chulería grosera

La Razón
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Asistió a la gala de los subvencionados, también conocida como la «Gala de los Goya», enfundado en un esmoquin –smoking–, de norma y respeto. Así lo pedían los organizadores, y Pablo Iglesias se esmeró en los Goya con un esmoquin muy feo y peor confeccionado, pero que cumplía con la cortesía debida.

Cuando acude al palacio de La Zarzuela y es recibido por el Rey –Señor, lo siento, pero los deberes son los deberes–, lo hace vestido de fantoche pringoso, con una camisa remangada hasta los codos, unos pantalones que producen recelos de cercanía y unas zapatillas deportivas. Cree el pobre hombre, el macho alfa de las chicas de Podemos, que de esa manera desprecia al Rey, cuando en realidad su chulería grosera nos afecta a millones de españoles. No sé si complace a «la gente», pero a los españoles normales y corrientes se nos antoja una mamarrachada. Y por otra parte, una demostración más de su insuperable incultura. Los comunistas siempre han sido muy mirados con la estética, y de haber visitado de esa guisa a su idolatrado Stalin, éste le habría enviado inmediatamente, por faltar al respeto a la máxima autoridad soviética, a un campo de concentración ubicado en Siberia.

Stalin vestía su uniforme militar. Pero ni Lenin, ni Kruschov, ni Gromyko, ni Breznhev, ni Andropov ni Gorbachov, ni Yeltsyn, ni en la actualidad Putin, jugaron a descamisados. El comunismo soviético no admitía groserías. Todos sus tiranos mandaron con corbata, y los que ya han fallecido, están enterrados con su corbata bien anudada a los cuellos de sus camisas, que a partir de Andropov dejaron de adquirirlas en los almacenes Gum de la Plaza Roja. La momia de Lenin, que es uno de los atractivos turísticos más exitosos de Moscú, descansa con su corbata anudada, y se la cambian cada tres meses. Cuando levantan la urna para que los especialistas forenses le inyecten los fluidos conservadores que le cuestan a los rusos una auténtica fortuna, los encargados de la estética de Lenin, aprovechan y le cambian la corbata, eso sí, siempre austera y de tonos oscuros, no vaya a despertar el pájaro.

Y este mindundi, señorito conquistador, que no les llega a los tiranos soviéticos a las uñas de los dedos meñiques de los pies, cree que la grosería institucional es un triunfo del proletariado. El gran Gromyko, el señor «Niet», que fue más años ministro de Exteriores de la URSS que Andreotti ministro de cualquier cosa en Italia, de vuelta de un viaje a La Habana, deploró el aspecto de los golfos de la llamada Revolución. «Les he dicho que ya están en el poder y que se cambien de uniforme». Y el mismo Nicolás Maduro, cuando visita al Papa se pone su corbata, y cuando en Venezuela se mueve por los salones del Palacio de Miraflores con su horrible chándal, lo hace con un chándal limpio y bien planchado, que para eso es el tirano de Venezuela. La cutrería mugrienta de nuestros populistas es fea, necia y grosera. Ellas, por el contrario, son muy monas y femeninas, aunque se den excepciones.

Nada tiene de heroico, ni de progresista, ni de revolucionario acudir a una audiencia del Rey vestido de senderista con poca afición a los senderos, con excepción del Sendero Luminoso que tanta sangre derramó en el Perú. Es, simplemente, una grosería chulesca. Iglesias sabe que el Rey va a comportarse con él con la misma educación que si recibiera a una persona normal. Ahí tienen a Baldoví, el portavoz de «Compromís» en el Congreso, que acudió a la audiencia Real como lo hubieran hecho Arturo Fernández, el gran actor, o Mario Cabré, que tenía más éxito con las mujeres que el macho alfa de la gente.

Nuestros comunistas nada saben del rígido protocolo soviético. Se presenta así Iglesias en un despacho del Kremlin, y de la patada que le propinan alcanza la terminal del aeropuerto de Sheremetievo. Pobre chico. A estas alturas y jugando a eso.