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Svetlana Kuznetsova, la tenista rusa, renegaba del Comité Olímpico Internacional aquella noche de agosto en la Villa Olímpica de Río. La delegación rusa protestaba en silencio por la exclusión en los Juegos de algunos de sus deportistas. Kuznetsova criticaba el método de eliminación de sus compatriotas y abjuraba de las medidas adoptadas. «Son inocentes», proclamaba encendida sin disimular su indignación por lo que consideraba una injusticia. El «Informe McLaren» ha descubierto ahora a otros 500 compatriotas suyos que se han beneficiado del dopaje de Estado. Más medallistas tramposos, más deportistas limpios que ascenderán en el escalafón, pero sin el premio del podio, sin ver elevarse sobre ellos la bandera de su país, sin escuchar el himno ni recoger la presea ni el dinero, ayuda esencial.

Lo que reciben los deportistas es una migaja comparado con la cosecha siempre abundante que recogen los comisionistas del fútbol. El representante de Bale trincó 16 millones cuando el sufrido y complicado traspaso del galés al Madrid cristalizó. El de Kroos ha cobrado cinco kilitos por la renovación; nada, sin embargo, comparado con lo que ha percibido el antiguo pizzero Mino Raiola por trasladar a Paul Pogba desde la Juventus al United. Mourinho quería al centrocampista francés, prodigio físico, depurada técnica, y dio órdenes para cerrar la operación. Gustaba el jugador en Concha Espina, pero se libró de él, afortunadamente. Las cifras del traspaso, por encima de los 120 millones de euros y la mordida de Raiola, 27,3 millones. Una cantidad sideral comparada con los bocados habituales. Éste es otro tipo de dopaje, que por las cantidades que mueve parece incluso industrial. El representante mueve el producto de un club a otro con celeridad y codicia pasmosas porque en cada destino le espera un jugoso beneficio, no sólo de los traspasos, también de las renovaciones. Comisionistas de postín.