José Antonio Álvarez Gundín

Cómo contar quién fue Suárez

No va a ser fácil explicarle a los jóvenes, a esta generación medio perdida entre el paro y la frustración, quién fue Adolfo Suárez y cuánto le debemos todos los españoles, incluidos sus más cerriles adversarios. Para aquellos que tienen menos de 40 años, Suárez es antes un personaje de ficción de «Cuéntame» que el político elegido por el destino para cambiar, junto al Rey, la doliente historia de España. No, no va a ser sencillo contarle a los chicos que la democracia no surgió por generación espontánea ni fue un regalo de los dioses, sino que fue conquistada con sangre, sudor y lágrimas, pero también con el talento, la generosidad y el liderazgo de un puñado de valientes, el primero de los cuales se llamaba Adolfo Suárez.

Habrá que recordarles, antes de nada, que la España de los 70, con una crisis más asfixiante que la de ahora, era un edificio agrietado que necesitaba cambiar las cañerías sin cortar el agua, reemplazar los fusibles sin apagar la luz y tirar los tabiques sin desahuciar a la familia. No era aquel un país para ñapas, sino para arquitectos con coraje que ambicionaban un pulso con la historia. Suárez fue el refundador de aquella casa en ruinas, no un simple administrador concursal. Después habrá que hablarle a los jóvenes de cuando la dignidad del político era moneda de curso legal y de cómo Suárez la engrandeció al no doblegarse ni ante las pistolas de Tejero ni ante los cuchillos largos que provocaron su caída. No había entonces barómetros del CIS que midieran la confianza ciudadana en los gobernantes, pero una cosa es segura: con Suárez desaparece el más honorable de una estirpe política que reconcilió a los españoles consigo mismos y con sus dirigentes. Pese a todo, sufrió el estigma de un pueblo cainita que ni perdona los aciertos ni valora los fracasos. Fue vilipendiado, difamado, escarnecido y arrojado al albañal como un leproso. Saturno devoró a su hijo predilecto. Quienes más le atacaron entonarán hoy el panegírico más encendido. Esto es España, señores, y nada mide mejor la talla moral de una persona que la vara de la ingratitud con la que ha sido azotada. Como es natural, cometió errores, algunos de mucha monta. Pero por encima de todos ellos, prevalece el mayor logro democrático de la historia de España, alcanzado bajo su mandato: la Constitución de la concordia.Ténganlo presente las nuevas generaciones, inermes ante quienes desprecian el pacto constitucional como una antigualla o porque se interpone a sus ensueños separatistas. Suárez se sumió hace años en la bruma de un presente eterno. Perdió la memoria, pero nunca la dignidad. Corresponde a los demás no olvidarlo y testimoniar que todo aquello no fue un sueño.