Alfonso Ussía

Del golpe al prado

La Razón
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Un golpe de Estado no puede ser vencido por un tribunal, por muy Constitucional que sea. En Cataluña se está produciendo un golpe de Estado de una región contra el resto de la nación. Está bien que el Tribunal Constitucional suspenda por unanimidad el principio de la secesión de Cataluña y conceda veinte días a la presidenta de su Parlamento para que ésta se retracte y evite la vía penal. Una vía penal que tendría que recorrer acompañada por los miembros del Gobierno autonómico de Cataluña y los parlamentarios que están detrás del golpe. El Tribunal Constitucional es apoyo, pero no más que eso, y más aún cuando ha sido permanente objeto de insumisión y cachondeo por parte de las autoridades separatistas catalanas. Es el Gobierno de España, aunque sea un Gobierno en funciones, el responsable de bloquear el golpe. Es el Senado, en el cual el Partido del Gobierno en funciones mantiene el poder de una mayoría absoluta, el encargado de aplicar el artículo 155 de la Constitución. Es decir, la suspensión de todos los poderes autonómicos de Cataluña durante el tiempo que la necesidad lo precise. En Cataluña, y es de esperar que se aperciban de ello los políticos, no se está jugando una partida noble contra el resto de España. No se ha puesto en marcha un reto de estrategias con objetivos sometidos al debate y la negociación. Un golpe de Estado no negocia si advierten los golpistas que la debilidad del Gobierno y el retraso de su reacción facilitan su camino. Se trata de un golpe de Estado en toda la regla, y está muy bien que el Tribunal Constitucional lo desautorice con la prudencia y medida que caracterizan sus resoluciones, pero los medios ejecutivos son otros. Y el Gobierno lo sabe. Pero el Gobierno en funciones está paralizado porque el partido político en el poder está de charlas para formar un Gobierno de España estable y compartido con las formaciones constitucionalistas, y ahí chocan las enemistades personales, los empecinamientos por mantenerse de algunos, los egoísmos de los más y la inteligencia política de los menos, por no escribir, de ninguno de sus protagonistas. El sector comunista, integrado y devorado por Podemos, siempre ha sido partidario de una España rota, y en Podemos no convence la España rota de sus socios. La sueñan pulverizada. En un momento de debilidad, el separatismo catalán ha dado la voz del órdago, y después de mirar y remirar sus cartas, el Estado ha respondido: «No quiero».

Acudan a la calle. Hablen con votantes conservadores, centristas y socialistas. Y se asombrarán de la demanda social de una respuesta contundente al golpe de Estado catalán. Estamos en la antesala de unas terceras elecciones generales en menos de un año, y la inacción ante la chulería del separatismo catalán puede determinar muchas sorpresas. Nadie pone en duda que Rajoy ha sido el claro vencedor de las pasadas elecciones que no parecen caminar hacia un acuerdo de Gobierno. Nadie le puede quitar a Rajoy su derecho a intentar ser el Presidente del Gobierno. Pero sólo Rajoy está en condiciones de convencer a Rajoy que quizá, el problema que impide el acuerdo, es su persona. Y haría un gran bien a España demostrando que España, al menos en esta ocasión, necesita de una política que no concuerda con la suya. De hacer mutis por el foro, Sánchez y Rivera quedarían a merced del ridículo, y excepto en el partido estalinista en el que siempre mandará Stalin, en el PSOE y Ciudadanos se amortizarían los malos políticos que tanto han colaborado con la desesperanza. Sánchez –acuda a la calle–, e cadáver político que origina estupor y pena entre los suyos, y Rivera está perdiendo entre la ciudadanía una buena parte de la riqueza que supo arrebatarle a Rajoy, el gran ganador de las elecciones y perdedor de más de cuatro millones de votos. Con el rajoyismo, España no resistirá el golpe de Estado del separatismo catalán. Es necesario un político decidido a aplicar todos los instrumentos legales que tiene a su alcance. El golpe está en camino y aquí nos sentamos en el prado para soltar globos y ver cómo se divierten los niños que no conocerán en el futuro la unidad de España.