José Luis Alvite

Días de merienda (II)

Días de merienda (II)
Días de merienda (II)larazon

Ahora que veo con cierta distancia cronológica la presentación de «Lilas en un prado negro», la recuerdo como una miscelánea de emociones literarias y sociales, con la evocación del calor del público y la velada posterior en el domicilio de Marcela Hinojosa, anfitriona inesperada para alguien como yo, poco acostumbrado a la cordialidad y a los salones, distante de ese mundo afectuoso y sedante, también culto, en el que las buenas frases no excluyen los excelentes canapés y hay señoras estupendas que son eruditas a pesar de haberse esmerado en la depilación. Disfruté con Hermann Tertsch y con Ramón Pi, con Jon Juaristi y con Santiago González, tanto como con Ramón Arcusa y un señor notario que no se movía con los gestos fríos y timbrados del oficio, sino como uno de esos veteranos jugadores de golf que saben que, además de un deporte, recorrer nueve hoyos supone una interesante terapia, igual que los criminales de mi vieja vida social están seguros de que, salvo que te cueste la vida, un disparo en el vientre puede ser un magnífico vasodilatador. En los malos tiempos que corre la cultura es de agradecer que existan personas como Marcela Hinojosa, tan sensible para el placer del Arte como elegante para los modales. Jon Juaristi, que viene de la izquierda radical, guardaba un silencio casi religioso, sentado en un sillón con serena objetividad abacial. Yo no le dije nada al ilustre ensayista, pero pensé que la izquierda ha cometido tradicionalmente el error de establecer las ideologías a partir del hambre clasista y divisoria, cuando, como era evidente en el mecenazgo de la señora Hinojosa, lo que empobrece las ideologías no es la diferente manera de comer, sino la pobreza al razonar y la fea costumbre de matar.