María José Navarro
Dichoso juego
No me lo diga Vd. Aún no ha visto «Juego de Tronos». Por una parte, le llama la atención lo enganchados que están sus amigos, que no hablan de otra cosa los pesaos. Por otra, le da pereza. No tengo yo otra cosa que hacer con la caló que hase que ponerme a ver este tostón interminable. Pero al mismo tiempo le intriga que sus colegas no salgan de cañas, que enlacen conversaciones con otros seguidores repletas de «spoilers» (que es que son pa matarlos porque como empiece me han fastidiado media historia), que se enzarcen discutiendo sobre si Robb Stark se está equivocando o no y que se extiendan hasta las tantas tratando de dilucidar si la madre mola o no, si les cae bien o mal, aunque, eso sí, es un pedazo de señora. Que no, que le da pereza. Pereza porque es un lío enterarse de todas las historias entrelazadas y porque está Vd. harto y harta de ver series donde los personajes femeninos sufren. Ahí estaba yo, queridos amiguitos, hace tres semanas y anoche acabé la tercera temporada. No vivo, no salgo, no pestañeo y babeo. Y aún me quedan mucho días de trance, entusiasmada con esos personajes marginales, apartados, señalados, pero con unos principios aplastantes: un enano gigantescamente inteligente y salao, un niño con aura que no puede andar, un bastardo limpio que no conoce el rencor y una niña marimacho igualita al Príncipe Valiente. Si es Vd. de los que está atrapado sin poder pisar la calle, sin vida social, ya sabe de quiénes le hablo y bienvenido al club. Si no, como diría Tyrion Lannister, «pillar a la gente desprevenida tiene sus ventajas. Nunca sabes qué vas a aprender». Fin de la cita, claro.
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