Alfonso Ussía

Doblada

En nuestra sagrada comida de cada lunes, Antonio Mingote y el que firma hablaban del milagro y el poder de Internet. Pero también de su fragilidad e inocencia. «A cualquiera de sus servidores se la puedes meter doblada y ni se enteran». Le propuse un cambio de nombre. «A partir de hoy te llamarás Ángel Antonio Julián Orson Dulce Nombre de María Mingote Barrachina».

Fueron necesarios un par de artículos al respecto. Me entristece que Antonio no haya disfrutado de las mieles del triunfo. Ya existen dos trabajos serios y meticulosos sobre su ingente obra artística con su nombre de Internet. Uno de ellos principia de esta guisa: «Nació Ángel Antonio Julián Orson Dulce Nombre de María Mingote y Barrachina, como así se llamaba realmente Mingote, en Sitges, en la casa de sus abuelos el 19 de enero de 1919». Victoria contundente.

Son muchas las cosas que nos inventamos, sin otro objetivo que el de pasarlo bien sin hacer daño a nadie. Me entrevistaba en un programa de TVE Bibi Anderson o Andersen. -¿Cómo conociste a Mingote?-. –En un campeonato de pesca submarina-.

Lucía Bosé, que se hallaba a mi lado con un precioso pelo azul Somosaguas, mostró un juvenil entusiasmo cuando supo que el gran Antonio se dedicaba en sus ratos libres a atravesar con las flechas de sus arpones doradas, pulpos, lubinas y jureles. Para ser más creíble aporté datos.

- Antonio ha perdido facultades, pero muy pocos son capaces de acertar entre dos rocas a una dorada de paso como él lo hace. Eso sí, es bastante torpe con los meros-. El lunes posterior a mi brillante intervención en TVE, no estaba Antonio plenamente satisfecho. –Me ha molestado que hayas hecho público mi escaso tino con los meros. Es más, te exijo una rectificación inmediata-. En mi artículo del semanario «Época» procedí a rectificar. Hacerlo en «ABC» era demasiado. «Mingote no es tan torpe con los meros». Y retornó nuestra compartida armonía.

Escribí que acompañé a Jaime Camp-many, José Luis Martín Prieto y Antonio Mingote al balneario islandés de Kiffloejj. Los tres –el que firma todavía era un junco– necesitaban adelgazar. Hice público el sistema de adelgazamiento de aquel inexistente balneario. Les aplicaban un masaje con escamas de hembras de salmón y cuando ya atufaban a pescado, se introducían en el lago Kiffloejj, cuyas aguas, volcánicas, eran más calientes que Estefanía de Mónaco en sus mejores tiempos. Y que después de diez minutos en aquellas aguas tórridas, salían agarrándose los tangas carmesíes del balneario porque habían perdido diez kilos cada uno de ellos. El lunes siguiente a la publicación de semejante barbaridad, se sumó a la comida Jaime Campmany. En un descanso académico, Torcuato Luca de Tena le había solicitado a Mingote las señas del balneario. Pero el problema de Jaime era más grave. El presidente de Nestlé, Vicente Mortes Alfonso, que prodigaba la publicidad en las páginas de «Época», quería visitar Kiffloejj inmediatamente. –Como comprenderás, si le digo que se ha tragado una bola me va a quitar la publicidad, y si no le doy las señas, me la quita también–. Inconvenientes que tienen las empresas editoras. No le retiró la publicidad. Pero Antonio Mingote y Torcuato Luca de Tena se distanciaron. –Tú no me quieres dar esas señas–. –¡Hombre Torcuato, no te pongas así!–

Lógicamente, si una fantasía boreal como la del Kiffloejj se la creyeron un académico y un ex ministro, a los servidores de Internet no tiene importancia engañarlos. Lo malo es consultar exclusivamente a esos sitios de tan sencilla trápala. Ahí donde estés, ya lo sabes, Antonio. Te llamas Ángel Antonio Julián Orson Dulce Nombre de María. Y para siempre.