José Antonio Álvarez Gundín

El Cabo de Hornos

Cuando Rajoy afirmó que ya habíamos doblado el Cabo de Hornos, Rubalcaba puso el ceño del capitán Ahab en el trance de arponear a Moby Dick. «Por allí resopla», gritó enfebrecido en medio de un Hemiciclo que hacía enormes esfuerzos para no sucumbir al arrullo de la siesta. Sabía que la de ayer era su última oportunidad de reivindicarse como líder del PSOE, como el único capaz de sortear el cabo de todas las tormentas que serán las primarias de noviembre. Pero es de temer que se le haya escapado, otra vez, la gran ballena blanca. Dentro de un año por estas mismas fechas, Rajoy volverá a subirse a la tribuna del Congreso para desgranar una letanía de datos y cifras con el mismo gracejo que un niño de San Ildefonso. Rubalcaba, por el contrario, tal vez sea sólo un recuerdo vaporoso, un náufrago a la deriva en la tercera fila del Hemiclo. Ayer fracasó como capitán y como arponero. Peleón, sí; fajador, también; pero desacertado y romo, que en el colmo del absurdo acusó a Rajoy de hacer una política de derechas. En realidad, Rubalcaba ya llegó derrotado de casa. Aún no había salido a la calle cuando Bruselas anunciaba que España crecería más y más deprisa este año y el próximo. Así que cuando el dirigente socialista llegó al Congreso con los Desastres de Goya bajo el brazo, el beato Obama ya había ungido a Rajoy como profeta de la recuperación, Gates invertía en España y Moody's nos subía la nota. Por mucho que la izquierda clame como Jeremías en medio de la tormenta y haga apología del escorbuto, lo cierto es que nos mantenemos a flote. Rubalcaba perdió ayer no sólo un debate, ni siquiera una magnífica ocasión de adelantarse en las europeas, sino la fe de su tripulación y las pocas posibilidades que le quedaban de arponear a Moby Dick en las generales de 2015. Además corre la voz por el sollado de que es un cenizo.