César Vidal

El desierto de Rita

Fue Gracián el que escribió que «No existe desierto como vivir sin amigos». Me acordé de la afirmación cuando, en medio de la noche americana, me llegó la noticia del fallecimiento de Rita Barberá. La conocí cuando era alcaldesa de Valencia y su labor extraordinaria se traducía en una popularidad indescriptible. La entrevisté varias veces y siempre comprobé que los valencianos sentían hacia ella un entusiasmo devoto que la mantuvo un cuarto de siglo gobernando una de las ciudades más bellas de España. En una de las ocasiones, sabiendo de mi amor por Valencia, me invitó a visitar la urbe por fallas y estar a su lado en el balcón. Decliné el ofrecimiento porque creo que hay que evitar la cercanía con los políticos aunque no censuro ni critico a los que aceptan estos halagos. En su vida, casi todo marchó a las mil maravillas hasta la pérdida de la alcaldía. Una vez fue descabalgada, se apuntó a su presunta corrupción y comenzó un abandono sobrecogedor que terminó siendo total. No experimentó la presunción de inocencia sino un linchamiento político y mediático y, de la noche a la mañana, los que tanto le debían desaparecieron y se negaron a verla e incluso a ponerse al teléfono. Trabajó mucho y bien por Valencia, pero, convertida en apestada, los políticos y los clérigos, los periodistas y los académicos, los empresarios y los profesionales de la adulación que habían revoloteado a su alrededor desaparecieron como si alguien hubiera entonado la fórmula mágica que reza: «Aburrín, aburrifacio, me disuelvo en el espacio». Si eso hicieron los que tanto le debían, poco puede sorprender la conducta de los enemigos. Que el dirigente de una formación política cuyos miembros han recibido dinero de las dictaduras que ensangrientan Irán y Venezuela negara el minuto de silencio a Barberá constituyó una bajeza inhumana, pero esperable. En paralelo, como guinda asquerosa del pastel de la vileza, las redes sociales se llenaron de insultos y burlas. Si Rita fue culpable, jamás lo sabremos aunque poco me sorprendería que toda la responsabilidad de la corrupción le sea arrojada póstumamente para exculpar a otros. A fin de cuentas, la política española se ha convertido en una atarjea donde confluyen todo tipo de detritus exentos de las cualidades humanas más elementales. Al final, sólo contaba con sus hermanas y su corazón se negó a seguir latiendo en ese desierto de la vida al que se refirió Gracián, y que es la existencia sin amigos. Descanse en paz.