Joaquín Marco

El dinero de plástico

España resulta un país sorprendente, una embarcación con exceso de equipaje o de problemas. No salimos de uno y ya ocupamos las primeras páginas de los periódicos y de los medios de todo el mundo con otro. Pero que el primer caso de ébola que se da en la civilizada Europa se produzca por contagio en Madrid dejó en pañales a todos los demás. Es éste un problema sanitario que no deja de tener también sus ribetes políticos. Pero en esta ocasión vamos a dejar de lado una cuestión tan grave como compleja y remontarnos a unos pocos días antes. Tiene que ver con la segunda preocupación ciudadana: la corrupción. Sin embargo, conviene apuntar de inicio algo positivo. El escándalo que provocaron las tarjetas «black» u opacas de Bankia nace de la denuncia de su actual presidente José Ignacio Goirigolzarri y del equipo de la nueva Bankia nacionalizada al FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria), que, a su vez, trasladó el pasado 4 de julio, el asunto a la Fiscalía Anticorrupción. Las tarjetas de crédito, que se habían entregado a más de ochenta directivos de la entidad para su uso personal, se sumaban a las que ya les correspondían para cubrir sus gastos de representación. Su naturaleza era fiscalmente opaca o B y se cuadraban entre «las cuentas correspondientes a errores del servidor informático». Sus beneficiarios se reparten mayormente por el arco parlamentario de las dos grandes formaciones y por el espectro sindical y representativo a muy alto nivel. Funcionaron al margen de cualquier acuerdo (aunque hubiera resultado ilegal) con el Ministerio de Hacienda o con la Agencia Tributaria. Se trata de una muestra más de la corrupción que impregna tantas instituciones y sobre la que el Gobierno y las organizaciones deben actuar con extremada dureza. Cree Luis de Guindos que ésta puede ser una excepción en el ámbito de las antiguas Cajas de Ahorro, pero Hacienda prevé ya investigar a las grandes empresas del Ibex por si el pecado se hubiera extendido como capa de aceite. Lo ocurrido en la CAM (Caja de Ahorros Mediterránea) tiene tintes semejantes. Bankia, además, es una de las entidades rescatadas con una inyección de 22.000 millones de euros, honor que comparte con los 12.000 de Catalunya Caixa y los 9.000 de las cajas gallegas. Pero el escándalo que se ha provocado procede no sólo del monto de lo gastado, 15,5 millones de euros, sino de los nombres de quienes formaban parte de las presidencias, del Consejo y del Consejo Ejecutivo. Por otra parte, Caja Madrid había pagado ya casi 20 millones de euros en dietas por reuniones en nueve años. Conocer los destinatarios de tales «beneficios» ha provocado un rechazo social que viene a sumarse a la serie de escándalos que brotan en los medios financieros. Los partidos políticos afectados se han apresurado a anunciar medidas contra aquellos militantes que percibieron tales cantidades. Al poner caras e historia a cada uno de los partícipes se ha multiplicado el rechazo. Hay unos pocos que han devuelto todo o parte de lo percibido. Virgilio Zapatero, ex ministro socialista y ex consejero de Caja Madrid, hizo pública una carta en la que atacaba a Pedro Sánchez, el actual secretario general del PSOE, acusándolo de populista y justiciero. Sánchez fue el primero que anunció medidas contra aquellos socialistas que figuraban en las listas y que podrían llegar hasta la expulsión. Virgilio Zapatero en su carta aseguró haber devuelto el dinero percibido. Algunos de los afortunados poseedores de esta tarjeta opaca dicen desconocer que ésta se situara al margen de la ley de 1992, según la cual los gastos realizados por un directivo con una tarjeta de empresa se consideran retribución en especie. De no existir justificantes de tales gastos, éstos deben entenderse como personales. Su destino (joyería, golf y hasta Mercadona) permite suponer la conciencia de impunidad con la que se gastó. Quienes formaban parte del Consejo, además de las dietas, cobraban cuantiosos sueldos. Las dietas de los sindicalistas pasaban por lo general a las arcas de UGT y CC OO Un rosario de dimisiones se ha venido produciendo desde que estalló el escándalo. Los partidos han abierto expedientes, Hacienda ha extendido la investigación a las grandes empresas y los más altos ex directivos de Bankia y Caja Madrid han sido ya imputados por la Justicia.

En otras circunstancias la repercusión del escándalo habría sido más moderada, pero pesa la gran deuda de Bankia que fue, en parte, responsable del rescate bancario y el principio de los ajustes que están soportando los más débiles. La tarjeta de crédito es un invento tan útil como demoníaco, porque el usuario no es del todo consciente de que tras su utilización se esconde una cantidad de dinero que acabará desapareciendo de su bolsillo. La tarjeta de plástico, uno de los signos de nuestro tiempo, se asemeja a un juguete inofensivo más inocuo que el cheque. Hoy, representante de grandes monopolios, se ha convertido en uno de los ejes del comercio. No ha sido suficiente con la tarjeta de crédito y de débito, se ha extendido la «oro» y hasta la de «platino». Según con qué tarjeta se pague sabe ya el vendedor qué clase de usuario tiene ante sí. Las tarjetas de crédito forman parte esencial del negocio bancario y han debido ser reguladas. Sin embargo, todos apechugamos con los gastos y los costes de este dinero de plástico camuflado. Porque su uso a corto plazo nos resulta doloroso, observamos con mayor indignación el regalo que empresas bancarias, que se hallaban ya en hondos pozos, otorgaban para acallar conciencias. Las instituciones que hubieran debido velar por su carácter, pese a recibir más de una información, no cumplieron con su obligación. Una vez más habrá de ser la Justicia la que establezca responsabilidades, si las hay. Las tarjetas de crédito de los dirigentes de Bankia están en la picota moral, pero conviene no olvidar que todo ello es tan sólo la espuma de lo que ha supuesto, en parte, el desmantelamiento del bienestar social.