Política

José María Marco

El futuro del populismo a la española

El futuro del populismo a la española
El futuro del populismo a la españolalarazon

Hay quien dice que Podemos nació el 9 de mayo de 2010, cuando Rodríguez Zapatero, presionado por la comunidad internacional, decidió cambiar de política económica de la noche a la mañana sin variar por eso su discurso izquierdista. Hay quien habla del 15 de mayo de 2011, cuando cuajó, tolerado por el Gobierno del PSOE y Alfredo Pérez Rubalcaba, el movimiento de los indignados o del 15-M. Sea cual sea la hipótesis –y hay más–, en el origen de Podemos siempre está la izquierda: la traición de la izquierda, o su renovación.

El núcleo básico está compuesto por un grupo de profesores de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense que controlan sin concesiones las plazas y el sesgo ideológico de su departamento. Entre los mentores hay profesores más veteranos, algunos del PSOE, como Ramón García Cotarelo, y otros de trayectoria más complicada, como Jorge Verstrynge. El grupo comparte la fe en el socialismo, como si nunca hubiera caído el Muro de Berlín, aunque matizado con componentes más posmodernos: el interés por el populismo indigenista y marxista latinoamericano, en particular el de Chávez y Maduro en Venezuela y el de Rafael Correa en Ecuador, a los que han asesorado y que, al parecer, han sabido pagar generosamente los servicios prestados. También está el interés en las nuevas formas de organización social, las redes, la comunicación política. En este punto alumbran unas ideas de profundización y alternativa a la democracia liberal, relacionadas con diversos grupos académicos activos en nuestro país, como la Fundación CEPS.

La organización, precaria hasta el momento, ha intentado mantenerse fiel a los postulados antijerárquicos con los que nació. Ha hecho un uso intensivo de la democracia directa y participativa en asambleas (llamadas Círculos Podemos) y en las redes sociales. Del núcleo original de ideólogos profesores, ha surgido un líder fuerte, llamado, por una ironía sublime, Pablo Iglesias. Pablo Iglesias y su equipo han hecho un uso intensivo e inteligente de la televisión y han sabido proyectar la imagen y el discurso de la organización con un gasto mínimo. Pablo Iglesias no se considera a sí mismo un líder, sino el portavoz de un sector de la sociedad al que su organización quiere representar.

Esto indica, de por sí, la naturaleza de la posición política de Podemos. Mucho más que el programa, compuesto de majaderías propias de intelectuales metidos a políticos, lo que cuenta en Podemos es la actitud. Una actitud antiélites, antipartidos, «antiestablishment», contra los que se convoca a una ciudadanía supuestamente marginada, despreciada, manipulada por un sistema corrupto y oligárquico que debe ser regenerado a fondo por unos «outsiders» que juegan dentro del sistema, pero para rescatar la autenticidad de la democracia. Podemos es, por tanto, un grupo clásicamente populista, matizado por su izquierdismo y actualizado gracias a una resuelta posmodernidad de tonos obamistas.

Ha obtenido un respaldo de algo más de 1.250.000 votantes, lo que la ha convertido en la cuarta fuerza política española. El apoyo le ha venido de personas que sin Podemos se habrían abstenido, de otras defraudadas por la izquierda, en particular del PSOE, de gente joven (muy influida por un sistema de enseñanza abandonado a la izquierda desde hace cuarenta años) y de personas de clase media –incluidos funcionarios– descolocadas por la crisis.

Es una coalición complicada, pero consistente. Y abre un futuro prometedor si el grupo toma las decisiones adecuadas. No es fácil, pero no resulta inverosímil en vista de la habilidad demostrada hasta el momento. La clave será si Podemos es capaz de profundizar en la clave populista, que es lo más relevante y novedoso de su propuesta, lo que le distingue de cualquier otra organización política (salvo las nacionalistas de izquierda). Las dos cuestiones que los responsables de Podemos tendrán que tener más en cuenta son el grado de compromiso de gobierno que están dispuestos a aceptar a partir de las próximas elecciones y la extensión de su populismo.

En cuanto a lo primero, el valor de Podemos está en ser un partido ajeno al sistema. Si empieza a gobernar muy pronto, aunque sea sólo en el ámbito municipal, se habrá convertido en un partido más, hipotecado por las mismas alianzas, combinaciones y maniobras que los otros: una segunda IU, lo que sin duda Alberto Garzón y sus compañeros comunistas integrados en la «casta» están esperando. En cuanto al populismo, Podemos habrá de calibrar el papel que quiere jugar. Si quiere ser un partido integrado en el sistema, el izquierdismo le será útil. También puede aspirar a otra cosa, más arriesgada, que es convertirse en el protagonista de una situación política completamente nueva.

Podemos pasaría a ser la eterna alternativa a los grandes partidos, como ahora mismo el Frente Nacional en Francia. Daría luz a un panorama político en el que el eje dejaría de estar en la tradicional distinción entre izquierda y derecha y pasaría a ser sistema/antisistema. Para eso, necesitaría soltar lastre izquierdista y adoptar un populismo menos ideológico, capaz de atraer a votantes de cualquier adscripción. Aquí le perjudica su historia, de un izquierdismo rabioso, sus propios dirigentes, demasiado dogmáticos, y la dificultad para aprovechar un posible nacionalismo español, algo que sería de gran utilidad, como el propio Pablo Iglesias ha dejado entrever alguna vez al hablar de «patriotismo». Pero este hándicap se puede suplir con otros elementos. No hay que descartar que Podemos esté en condiciones de articularlos.