Ángela Vallvey

El ideal

En verano, se echa al monte. No para cazar, sino para ligar. Su cuerpo no es esbelto, pero al menos no tiene un hocico acabado en una probóscide casi cilíndrica de hasta treinta centímetros de largo, cosa que no todo el mundo puede decir. No es de los que se depilan. Nadie puede señalarlo como ejemplo de metrosexual maduro, pero ni falta que le hace, pues luce con garbo esa pelambre suya, densa, breve, negra en los hombros y en las cuatro extremidades y más castaña en la grupa y el vientre... Visto de lejos, parece una gualdrapa andante, pero en realidad es un señor muy señoreado, tímido, inofensivo a pesar de sus hábitos nocturnos, y español como el que más.

No le gusta la pendencia, es de temperamento pacífico, y aunque le llamen «anteburro» o «vaca de montaña», huye de la pelotera, se limita a encogerse de hombros y a decirse a sí mismo que la culpa de la reyerta debe ser suya por no tener una vista lo bastante aguda como para elegir bien sus compañías.

Cuando una moza acepta sus requiebros, descubrirá con sorpresa que, pese a su aspecto fiero, es dulce y manso, y está completamente homologado para la vida doméstica. No le gustan los ambientes fríos, ni las mujeres frías, ni las sopas frías, aunque se pasa la vida sudando. Es un tío mediterráneo, como la dieta. Se habitúa en seguida a vivir con la primera despendolada que le diga «el bigote negro tienes» y se reproduce bien en cautiverio; si bien posee un aspecto que solo en parte será parecido al de sus descendientes, tampoco le ha dado nunca mucha importancia a ese detalle, por lo que es el modelo perfecto de «marido de suburbio» que cualquier chica pueda soñar. Casi el hombre ideal.