Alfonso Ussía

El modulador

La Razón
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Lo inventó Bernard Shaw con su «Pigmalion». De ahí nació la gran comedia musical «May Fair Lady». En mi primer viaje a Londres, con 12 años, la disfruté en vivo, en el teatro. Más tarde se estrenó la estupenda película protagonizada por Rex Harrison y Audrey Hepburn, el profesor Higgins y Eliza Doolitle respectivamente. Harrison apuesta que Eliza, una joven que habla el más cerrado «cocknie» barriobajero terminará por hablar como una princesa. «The rain in Spain»...

He leído en los «Obituarios» de «El Mundo» que ha fallecido el último gran modulador de voces, Anthony Charles Gordon-Lennox, que para colmo nació en Madrid. Conocí a su padre, el embajador Nicholas Gordon-Lennox, hijo del duque de Richmond. Don Antonio Garrigues Díaz-Cañabate invitó a cenar al Club Financiero Génova –del que su hijo Juan, «Tanines» fue el creador–, a un grupo de embajadores. Falló el protocolo y sentaron codo con codo a Gordon-Lennox y al embajador argentino. La guerra de las Malvinas, para los británicos las islas Falkland, acababa de ser resuelta a favor de Inglaterra. Tirantez y densidad en el ambiente. El embajador de Argentina no paró de hablar durante la cena, y Gordon-Lennox atendía con movimientos de cabeza y leves sonrisas. Al final, don Antonio se disculpó por el despiste protocolario. –No se preocupe. Lo he pasado muy bien. Es cómodo cenar con alguien que habla tanto. Yo le oía, no lo escuchaba, y de cuando en cuando, aprovechando que se metía un langostino en la boca le decía: ‘‘Claro, claro’’. Lo he pasado muy bien».

El profesor Higgins tuvo un gran éxito con Eliza Doolitle. Lo mismo que el modulador de voces que mitigó la tartamudez de Jorge VI. Pero Anthony Charles Gordon-Lennox les ganó a todos. Como hijo de diplomático aprendió diferentes idiomas. Era un distinguido inglés de Chamberí, como el embajador de Alemania Guido Brunner, de Chamberí también. A Gordon-Lennox recurrió la actual duquesa de Cambridge, Kate Middleton, para responder con acento de Eton el «yo quiero» en su boda, y le salió un «I do» perfecto de pronunciación. Pero también fueron sus clientes el presidente del Comité Olímpico del Reino Unido, Sebastian Coe, que presentó la candidatura de Londres con el tono modulado por el aristócrata fallecido. Y Ban Kimoon, el secretario general de la ONU, y el ministro de Asuntos Exteriores británico William Hague, y lo que resulta más curioso, la becaria Mónica Lewinsky, la de los chupachús con Bill Clinton, a la que enseñó no sólo a modular la voz y el tono, sino a colocar la boca con forma de «o».

Porque Gordon-Lennox, además de maestro en la modulación y exigente ocultador de orígenes confusos, era un hombre culto, inteligente y extremadamente bien educado. Pasaba unas facturas de órdago, pero conseguía que sus clientes hablaran y pronunciaran el mejor inglés posible sin olvidar el fondo cultural de sus lecciones. Hace pocos días, vi una grabación colgada en las redes de Anna Gabriel, la de la CUP. Formaba parte de un posado terrorífico con otras mujeres de su clase, y cuando nadie lo esperaba, se separó del grupo, se acercó a un micrófono y dijo: «Soy Anna Gabriel, soy una puta, traidora, amargada y mal follada». Estoy seguro que de conocerla Gordon-Lennox, habría aceptado el reto de convertir a semejante representante de la bastez alcantarillada en una chica más o menos admisible en una taberna de medio pelo.

Un hombre que dedica más de diez lecciones a enseñar a la futura Reina de Inglaterra a pronunciar «I do» correctamente, no puede morir tan joven y desaprovechado. Honor a este chamberilero, este inglés castizo, que enseñó a pulir la buena pronunciación de la duquesa de Cambridge y a redondear la boca de Mónica Lewinsky.