Restringido

El precio del billete

La Razón
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Que algo sea descabellado, absurdo o irracional, no significa que no se pueda producir. ¿Cuántas veces le hemos dicho a un amigo eso de: «no te conviene, piénsatelo, reflexiona»? Incontables y casi siempre con el mismo resultado. Si al tipo le tira de verdad la exuberante pechuga de Purita, ya puedes recordarle que su parienta lo va a crujir en los juzgados de familia y que los niños sufrirán lo indecible. A la hora de la verdad, obviando el coste y los daños colaterales, se tirará en plancha. Y después, agostada la pasión, superada la novedad y acogotado por las facturas, empieza el llanto.

En política no es diferente. Pedro Sánchez, con 20 escaños menos de los que consiguió Rubalcaba en la debacle del PSOE de hace cuatro años, tenía razones objetivas para dimitir la noche del 20-D, pero no lo hizo.

Miró cifras, comprobó que los socialistas sólo ganaban en seis de las 50 provincias, que eran relegados a tercera fuerza en Castilla y León, Murcia, Canarias y La Rioja, y que eran cuarta en Madrid, pero a la vista de que el PP se había quedado en los 123 escaños y que Ciudadanos sólo sacaba 40, tuvo una revelación. Como el centroderecha no suma, porque le faltan 13 diputados para la mayoría absoluta, la jugada es hacer el paripé una temporada, confiar en que Mariano Rajoy no logre encandilar a dos docenas de diputados de otros partidos además de a los de Albert Rivera, y ofrecerse al rojerío como paladín de la «Operación Echar al PP».

Eso sería ya a la altura de marzo de 2016, cuando la perspectiva de nuevas elecciones sea inminente y metería al atribulado PSOE en tierras movedizas. No sólo porque Pablo Iglesias se ha puesto bravucón, sino porque el PSOE tendría ineludiblemente que llevar de compañeros de viaje a los independentistas catalanes y a los eximios representantes de ese batiburrillo periférico que grita «¡Puta España!» hasta la náusea. No tengo la mínima duda de que Pedro Sánchez está obnubilado por la posibilidad de irse a vivir a La Moncloa y dispuesto a ceder lo que sea a Podemos, ERC y compañía, pero alguien debería decirle que en las vacaciones, además del destino, suele ser de sentido común calcular el tiempo, el recorrido y, sobre todo, el precio del billete.

Y la tarifa para el PSOE, a la vista de lo que le ha ocurrido en Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza o Cádiz, es suicida.