Tenis

Alfonso Ussía

El roble blanco

La Razón
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Las piernas de Garbiñe Muguruza son interminables. Como un viaje por carretera desde Madrid a Vigo o como los límites de la provincia de Badajoz. Son unas piernas que tienen el buen gusto de simular su fuerza y su musculatura. En 1992 me sentaron en la Gala del Deporte junto a Gabriela Sabattini, aquella tenista argentina que se convirtió en el objetivo de la pasión masculina mundial. Llevaba una faldita corta, y sus muslos nada tenían que envidiar a los del madridista brasileño Roberto Carlos. Para colmo, era mucho más antipática que Roberto Carlos, y como todos los argentinos sin personalidad, partidaria del Boca Juniors.

Garbiñe es elegantísima. Dos años atrás me permití el lujo de aventurar que llegaría a la final de Wimbledon con antelación al inicio del gran torneo londinense. Tan alta, tan guapa y con esa sonrisa se puede presumir de haber nacido con suerte. A la suerte hay que añadirle el sacrificio y el trabajo. Su padre es español, vasco, un roble. Y su madre venezolana, descendiente de españoles. A los 18 años, eligió España como su nación. Pero los cursis que comentan los partidos le dicen «la hispanovenezolana». Sus colegas encargados del baloncesto, hablan del español Ibaka, o del español Mirotic. Garbiñe es una española, una vasca que nació en Caracas, como Iñaki Anasagasti o el inolvidable Antonio Mejías «Bienvenida». No he oído a nadie, hasta la fecha, calificar a Jorge Verstrynge de «hispanomarroquí» o «hispanomagrebí», habiendo nacido en Tánger. Mis sinceras condolencias a Tánger, que no merece este tipo de inconvenientes.

A Garbiñe se le acusa de perder la concentración. Con esa pérdida, ha ganado en Roland Garros y alcanzado por dos veces la final de Wimbledon. Su entrenador en descanso, Sumyk, es un hombre que nació apesadumbrado. Y creo que Garbiñe necesita otro tipo de persona a su lado. Con Conchita Martínez ha perdido su desconfianza, y está jugando al tenis como nunca lo había hecho anteriormente. Me mojo. Va a ganar. Venus Williams, vencedora en cinco ediciones de Wimbledon, ha tenido partidos mucho más fáciles. Si Garbiñe estudia su saque, y lo bloquea, la mayor de las Williams perderá la paciencia, y nuestra campeona conquistará su segundo «Grand Slam». Y dirán los comentaristas: «Venus ha jugado muy bien pero el triunfo ha sido para la hispanovenezolana». Días atrás, se alegraban más de los puntos ganados por la rusa Kutnetzova que de los de Garbiñe. Lo dijo ella, la comentarista. «Hoy tenemos dividido el corazoncito».

En Wimbledon se juega de blanco, y Garbiñe es un roble blanco. Fue un roble blanco formidable e inexperto dos años atrás. El año pasado fue un sauce blanco, menos resistente a los malos vientos. Y este año, viéndole jugar, se me antoja un roble invencible, norteño, altivo, hermosísimo y español.

Conchita Martínez, además, es la única española que ha ganado el individual femenino de Wimbledon. Lo hizo venciendo a otro mito, Navratilova, como ahora lo es Venus Williams. No me apetece intimar con la familia Williams. Intuyo que sus miembros son bastante agobiantes. Y no sonríen bien. Lo mejor de Garbiñe, en su paisaje humano, es la sonrisa que le nace cuando ha vencido. Durante el partido, me gusta su expresión fiera, y cuando pierde la confianza –o la perdía–, me dolía su rostro entregado a la fragilidad. En el caso de que perdiera la final de hoy, a ver quién es la guapa que presume de jugar dos finales de Wimbledon y ganarle a Serena Williams una final en París. Ella se siente más cómoda en la pista central más prestigiosa del mundo, con un público entendido y educado que en nada se parece al parisino.

Le preguntaron a Curro Romero. –Maestro, ¿ Cuál es tu público preferido? ¿El de Madrid, el de Sevilla, el de Ronda o el de Bilbao?–. Y el gran Curro no dudó en la respuesta. –A mí, de verdad, el único público que me gusta es el de Wimbledon-.

Dios quiera que ese público, amante del tenis sobre todas las cosas, se rompa las manos aplaudiendo a nuestro roble blanco cuando alce el inmenso plato de las vencedoras. Y si no es así, hasta el año que viene, que el tiempo pasa con mucha rapidez.

Estamos contigo millones de españoles, Garbiñe.