José Antonio Álvarez Gundín
El sofisma de Wert
Aunque haya rectificado en horas veinticuatro, sorprende que un ministro tan culto y viajado como Wert, políglota y europeísta de primera hora, desdeñe el programa Erasmus por ahorrarse cuatro euros mal contados. No se entiende, además, que pretendiera dar el sablazo cuando más de 35.000 alumnos, diseminados desde Montpellier hasta Helsinki y desde Dublín hasta Atenas, ya habían empezado el curso, para el que contaban con la magra beca ministerial. No son formas, desde luego, y ese modo de proceder un tanto arbitrario contradice su política de becas vinculada al esfuerzo y a los resultados, no sólo al nivel de renta. Tal como lo establece la orden ministerial del 29 de octubre, que limita la ayuda a quienes ya la recibieron en el curso anterior, la gran mayoría de los erasmus se quedará a dos velas. El sofisma de Wert sostiene que si un alumno no necesita la beca para estudiar sin salir de casa, tampoco la necesita para hacerlo en Londres, París o Múnich, como si el nivel de vida fuera el mismo y contara con las mismas ventajas de vivienda y manutención. El común de los estudiantes pertenece a familias de clase media, las cuales ya hacen un notable esfuerzo económico para que sus hijos aprendan inglés de una maldita vez, pierdan el pelo de la dehesa, ensanchen su círculo de relaciones universitarias y se abran a un mundo sin fronteras. Como si fuera, salvando las distancias, la «mili» del siglo XXI. El programa Erasmus ha sido una bendición para una España acotada por los Pirineos que asociaba el salir al extranjero con la pobreza y la emigración. Pero también ha sido una vacuna para un país que con 17 autonomías y tres nacionalismos anda escaso de perspectivas y sobrado de boinas. Ante lo cual a Wert sólo se le ocurre capar la boina.
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