José Antonio Álvarez Gundín

Espantada de Obélix

Vaya por delante que la espantada de Obélix Depardieu es impropia de un galo irreductible, una huida innoble de quien puesto a elegir entre la patria y el patrimonio no resolvió el dilema como Zidane ante Materazzi: embistiendo al ministro de Hacienda y dando con los huesos en la Bastilla. O se tiene «grandeur» o no se tiene. Sin embargo, hay que admitir que en su fuga no está solo. Centenares de franceses adinerados, grandes fortunas y contribuyentes indignados se han pasado por el Arco del Triunfo las leyes fiscales de Hollande poniendo tierra extranjera de por medio. Hasta el perrito Ideafix parece dispuesto a abandonar Francia huyendo de los impuestos confiscatorios. El éxodo no es nuevo. En la década de los 80, el socialista Mitterrand sacó la guillotina para igualar a ricos y pobres siguiendo la tradición según la cual la justicia social empieza por un buen afeitado. Fue tal la escabechina que decenas de miles de hacendados salieron del país despavoridos, muchos de los cuales, por cierto, eligieron España para poner sus dineros a buen recaudo y sus conciencias al sol. Ahora, el antiséptico Hollande vuelve a la carga con impuestos de hasta el 75% sobre la renta. En su mistificación ideológica, mezcla de resentimiento y desmemoria, la izquierda necesita criminalizar a «los ricos» para encubrir su incompetencia. Si la caja está vacía, la culpa no es de quienes malgastaron el dinero público, sino de los ricos; si hay que apretarse el cinturón es porque los ricos no pagan... Nada más lenitivo para las tricotadoras de la izquierda que guillotinar a unos cuantos ricachos en la plaza pública. No resolverá problema alguno ni aliviará las arcas esquilmadas, pero proporcionará mucho entretenimiento popular. Vamos a ver cuánto tiempo aguanta Hollande sin dar marcha atrás.