Con su permiso

Diplomacia

¿Nos irá mejor con Argentina rompiendo relaciones diplomáticas? ¿Se amortiguará el sangriento despropósito bélico de Israel y estaremos más cerca de la paz? La respuesta obvia a las dos preguntas es que no

La Diplomacia
La DiplomaciaIlustraciónPlatón

Mireia abre el diccionario y busca el significado de «diplomacia» y sus sinónimos. La RAE habla de procedimientos y relaciones entre los Estados (la mayúscula está tomada del original); también de habilidad, sagacidad y disimulo y de cortesía interesada. Tacto, habilidad, sutileza o delicadeza son algunos de los sinónimos. Es curioso, piensa ella, cómo la atención a una realidad compleja y cambiante puede resultar didácticamente reveladora del valor y la riqueza de las palabras. En esta semana que termina, calificada por observadores y analistas públicos como la de la diplomacia, podemos hallar sin dificultad el acomodo preciso a casi todos los significados del término según se fijan en ese territorio de vigilancia indispensable de nuestro idioma que es la RAE. Se fija, se limpia y se da esplendor a nuestra lengua, según determina el lema de la Academia desde su fundación allá por el siglo XVIII (coloco aquí el inciso porque en este tiempo de banalización de la lengua, de uso torticero y sectario de nuestro idioma, conviene no olvidar dónde se certifica su evolución y estado). Dice la RAE que la diplomacia es la rama de la política que estudia las relaciones internacionales. Añade que lo son también sus procedimientos y el Servicio encargado de ellos, en referencia, supongo al cuerpo diplomático: embajadores, funcionarios, asesores militares, etc. La diplomacia enmarca, por tanto, cualquier decisión sobre la política exterior de un gobierno. Diplomacia es también cortesía interesada. Imagino que en ese estante podemos colocar los esfuerzos soterrados del ministerio español de Asuntos Exteriores por suavizar el escozor de las heridas abiertas en nuestras relaciones con Israel y con Argentina.

Podría considerarse que el fondo de la crisis con los dos países es para el gobierno español el mismo: la mirada a una realidad inmediata en forma de elecciones o hasta de supervivencia política. Le viene bien a Sánchez mostrarse firme con los populistas de extrema derecha como Milei y ante gobiernos como el israelí, alineado ideológicamente con el argentino, para mostrar firmeza y criterio de cara a las inminentes elecciones europeas. En ninguno de los dos casos se ha buscado atemperar o calmar las cosas después de los primeros incendios, cuando la mecha todavía no había llegado a la pólvora. Ha estallado el barril, y las consecuencias para España están aún por medirse y verificarse, aunque se malicia Mireia que no serán buenas. No cabe hablar de habilidad, significado también de diplomacia, sino más bien de disimulo (otra acepción) porque la única razón de ese mantener la mecha encendida es de estrategia a corto plazo. ¿Nos irá mejor con Argentina rompiendo relaciones diplomáticas? ¿Se amortiguará el sangriento despropósito bélico de Israel y estaremos más cerca de la paz? La respuesta obvia a las dos preguntas es que no. ¿Quién gana entonces? También resulta clara la respuesta. No hay sutileza, rasgo definitorio de diplomacia, ni de tacto, que es también sinónimo. Aquí perdemos casi todos y no gana casi nadie. Diplomacia, por tanto, encajable en casi todas sus definiciones de diccionario. Incluso ante su falta de inteligencia y verdadera habilidad. Pero, juegos de palabras aparte, lo cierto es que lo sucedido esta semana deja traslucir un concepto del poder muy parecido al que revela aquella frase apócrifa (o sea, fake, que diría un moderno) del Rey francés Luis XIV: «El Estado soy yo».

La política exterior es la más comprometida de todas las que gestiona y despliega un gobierno. Aborda el papel internacional de un país y todo el abanico de relaciones con terceros, incluidas las comerciales de las que depende su balanza exterior, o sea, el equilibrio de su Economía (también con mayúsculas). Es, por tanto, un territorio delicado que debería transitarse de la mano de amplios acuerdos de Estado alejados de disputas interiores e intereses partidarios. Con consenso entre partidos, vamos. Así ha sido casi siempre. Ahora no. Esta semana hemos visto cómo se llega a poner a España en el umbral de ruptura de relaciones con un país como Argentina por los excesos verbales de su presidente señalando no ya a una institución u organismo público españoles, sino al territorio privado del presidente del Gobierno. El Estado reside en Moncloa, ese es el mensaje. De la otra crisis, también. Ha sido el Gobierno sin el menor sustento parlamentario ni búsqueda de consenso alguno, quien ha decidido reconocer al Estado palestino en este momento. Tiene potestad y derecho a hacerlo. Es más, estima Mireia que es una decisión necesaria y perfectamente justa. Pero hubiera acaso requerido de consultas o acuerdo con la oposición y quizá también de un estudio más detallado de su oportunidad como factor de pacificación, porque para Sánchez sí lo es electoral y políticamente. Claro, que de un gobierno cuya vicepresidenta hace suyo el lema de que Palestina desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo), que expresa el deseo de desaparición del Estado de Israel, no cabe esperar prudencia ni diplomacia en su acepción de habilidad. Ni siquiera disimulo. Se lamenta Mireia de que esta forma cortoplacista e interesada de gestionar la política por quienes se encargan de ello sobre su mayoría parlamentaria, haya llegado ya a la cosa pública exterior, a la Diplomacia. Pero, sobre todo, de que sean sus significados más inquietantes y negativos los que se ajusten a una acción que a saber hacia dónde nos lleva.