María José Navarro
Extravagancia
Ayer sábado era día de quedarse en casa y evitar el frío que esperaba en el portal. Fuera, hacía ese sol engañoso del invierno en Madrid, ese sol que proporciona una luz hermosa a la mañana pero letal para el cutis de una piel madura con tendencia grasa/mixta como es mi caso. Aún así, me eché a la calle antes de las doce. Iban Lera, Liz y uno de sus hijos. El otro se mordía las uñas porque estudia fuera. Iban Hele y Paulita. Chele, Maite y Martita. Seguramente Fran Omega. Chechu mandaba mensajes desde Almería, Ismael desde Elche. Javier estaba en Barcelona, y Pablo aún no puede volver, así que había que hacer fotos y empujar por todos. Fundamentalmente por Vito, milanés y del Atleti. Así que no hubo más tu tía y allí que nos fuimos unos cuantos pensando que la llamada del Cholo era suficiente motivo para saltar de la cama pronto, desayunar pronto, coger la moto pronto con pereza y frío, y plantarnos ante la misma puerta de todos los partidos pero sin que se jugara nada. O eso creíamos. Porque cuando al Calderón acuden muchos niños es que la cosa va en serio. Muy en serio. Porque fueron muchos niños. Muchas abuelas con sus nietos, muchas mamás con sus nenes. Ayer por la mañana ondeaban torpemente cientos de banderas portadas por gente bajita y miles de bufandas acabaron manchadas de potito, gusanitos y Fanta sin hielo. Los bares del campo abrieron, abrieron los de alrededor, los chinos, la tienda oficial, se abrió el Calderón y se puso de gala. Hubo atascos en los accesos y a la salida. Así es el Atleti. Emocionalmente extravagante. También hoy. Y mañana en la oficina.
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