María José Navarro

Finmundismo

Al final no hubo fin del mundo, ya ves tú. Una se había ilusionado con la posibilidad de cascar en una hecatombe y, como de ésta no va a ser, habrá que rezar porque algún meteorito de esos que andan toleando por la galaxia caiga y se nos apague la luz. Morir en una hecatombe mundial tiene muchas ventajas, de ahí que una fuera muy partidaria. Por ejemplo: no hay duelo porque no hay supervivientes. No se hace sufrir a nadie con las ausencias. No hay que enterrar ni nada, con lo que se ahorra un pastizal. Se mueren también los perretes, con lo que no dejamos solas a las mascotas. No da tiempo a que toda tu vida pase por delante. Tampoco viene a cuento pronunciar un discursito porque estaríamos todos en la misma situación, con lo que evitaríamos cientos de miles de cursiladas. Así que nos queda nada más que depositar nuestra esperanza en un asteroide loco y abandonar este mundo dignamente. Dicen que no hemos entendido a los mayas, pero yo creo que lo que le pasa a esa gente es que tiene un equipo de comunicación nefasto. Se han empeñado una y otra vez en aclarar que lo que quisieron decir es que se acababa su calendario, pero puñados gordos de personas se han recluido en refugios nucleares y varias sectas han colocado a sus adeptos en una aldea francesa llamada Bugarach donde las ancianas tienen muy malas pulgas. ¿Qué harán a esta hora los que se encerraron en los búnkeres? ¿Beberán cerveza sin alcohol, tratando de fenecer de asco? Qué gran negocio es el ser humano. Y qué atención presta a la chorradica de turno.