José Antonio Álvarez Gundín

Foto en la escena del crimen

Pues claro que querían su foto, no una sino cien multiplicadas por mil en las redes sociales, que los smartphones echaran humo en plena Gran Vía captando el instante mágico en que Esperanza Aguirre era cazada, al fin, como tantos de nosotros: «A ver, los papeles». Ante el hastío de multar día tras día a pobres desgraciados sin pedigrí, quién no sueña con culminar el safari cobrándose una pieza mayor, de doce puntas por lo menos, un ministro, un banquero de puro y chistera o a la mismísima Esperanza Aguirre. Alguien que luzca en el salón de trofeos del Cuerpo con el brillo de una gesta en el delta del Mekong. Nada personal, sólo un chute de épica corporativa con el que sobrellevar las largas jornadas de tráfico infernal. El error de Aguire fue no complacerles.

Debió incluso prestarse a una sesión de «selfies», ora saludando al agente, ora recibiendo con una sonrisa el boletín de la multa, más tarde en grupo, toda la unidad al completo, siete aguerridos policías rodeándola como si fuera la madrina de la promoción. En fin, algo simpático y distendido, sin el dramatismo de un acelerón quemando ruedas y achatarrando el vehículo policial como en «Corrupción en Miami». Qué necesidad tenía doña Esperanza de provocarle un ataque de ansiedad al bendito que le multó, cuyo futuro profesional ha quedado definitivamente marcado y reducido a ser poli de guardería. Definitivamente, Aguirre se equivocó porque siendo liberal, aristócrata, dama de hierro, terror de la izquierda, presidenta del PP madrileño y pre candidata a alcaldesa es de mal gusto aparcar en el carril bus y, además, ¡para sacar dinero del banco a plena luz del día en el centro de Madrid! Si al menos hubiera alunizado contra el cajero, tal vez tendría más defensa y la simpatía de los «borrokos» del 22-M. Pero en un trance así, una verdadera lideresa, de garras afiladas y habilidad felina, nunca abandona la escena del crimen, sino que le pide al agente el talonario de las multas y lo rellena ella misma añadiéndose un sobrecargo por ingenuidad en horario infantil. Y a continuación, se reúne con la división de Movilidad en pleno para arengarles sobre su sagrada misión al servicio de los ciudadanos, sin distinción de rango, de cuenta corriente ni de ideología. Dependiendo del grado de emotividad alcanzado, podría proponer al municipal con ansiedad para la Laureada de San Fernando. Dicho todo lo cual, es verdad que la Ley es igual para todos, aunque no todos seamos iguales ante la Ley. No veo yo a siete policías municipales acudiendo solícitos a mi casa para notificarme una multa. Ese es un privilegio reservado sólo a las piezas de caza mayor.