Ángela Vallvey

Granada

Añoro Granada como hogar. En vacaciones, nada como volver a la ciudad de mi adolescencia. La siento en el recuerdo más brillante aún que aquella de Alejandro Dumas en su viaje de París hasta Cádiz. En Granada se respira la majestad de un paisaje de la Biblia, que diría Edgar Quinet. Granada es la ciudad reclinada sobre flores de Zorrilla; o sepultada entre flores, de Pedro Antonio de Alarcón. Granada siempre está entre flores en las postales de mi recuerdo. Nadie sabe lo que es una flor si no ha estado antes en Granada. Nadie sabe lo que es el agua si no la ha oído correr por el Generalife. Los inviernos de Granada son largos y fríos, como la distancia que separa al corazón enamorado de la ciudad cuando se aleja de ella. Pero sus primaveras llegan plenas de luminosidad portentosa, de belleza pura tallada en los arrayanes, las misteriosas glorietas, los sauces de inigualable arquitectura vegetal a cuya sombra crecen los poetas, los cipreses que pueden ser blancos o azules según el capricho del sol del atardecer... Nadie sabe lo que es un patio hermoso, digno de un príncipe, si no ha estado nunca en el Patio de los Naranjos. Nadie puede hacerse una idea de lo que es la pureza o la claridad si no ha subido al Mulhacén. Y, si no conoce La Alhambra, ¿cómo comprender lo que significan los sueños? También hay un hilo sutil de tristeza que cose con sensualidad las nubes a su cielo limpio. La ciudad no es perfecta, no hay lugar en el mundo que lo sea, pero Granada es lo más parecido a la perfección que se puede encontrar por ahí.

Quien no conoce Granada no sabe que la Geometría es una rama de la Poética. Y de la luz.