Ángela Vallvey

Guerrilleras

El ataque terrorista al centro comercial de Kenia (mínimo, 72 muertos) ha sido perpetrado por un grupo terrorista somalí, Al Shabab («La Juventud»), una especie de «Juventudes» brutales de Al Qaeda en las que milita la llamada «Viuda Blanca», esa joven irlandesa que a todos fascina, convertida al islam y viuda de un terrorista islamista. Imagino que el apodo «blanca» hace referencia al color de su piel, no al del alma de la asesina. Una loca perdida, adicta a los burkas, que cautiva sobre todo a Occidente, donde pocos se pueden resistir ante la fotografía de una mujer lozana y guapa, alucinada y mortal, entregada de bruces a los brazos del mal. Desde mediado el siglo XX existe toda una imaginería «pop» sobre la mujer «guerrillera», mortalmente atrayente, que resulta sugestiva y contagiosa para muchos occidentales con el trasero plano de pasar horas frente al televisor. Cuando ve el rostro de una mujer blanca y agraciada agarrada a un fusil o a una idea de muerte, o a ambos, ningún idiota renuncia a dejarse seducir por ella (o por ellas: mujer, fusil, idea... Debe ser algo fálico).

Al parecer, Al Shabab es una caterva de criminales que gusta de reclutar a sus adeptos subiendo a internet vídeos donde, a ritmo de canciones de «rap», aparecen occidentales moviendo un rifle con el mismo sensual encanto con que podrían mover el esqueleto. Mientras recitan, eso sí, frases sagradas y prometen un viaje «al Paraíso» sin billete de vuelta. El mensaje de odio antioccidental, cantado y con aires de cuidado «vídeo-clip», resulta tentador para jóvenes somalíes cuyos padres encontraron refugio de la guerra y el hambre en esos mismos países occidentales que sus hijos ahora odian con pasión. Occidente incuba el despecho en sus hijos. El fruto de la libertad es, a veces, una viuda blanca.