Ángela Vallvey

Héroes

La Rochefoucauld, que era un tipo con el colmillo bastante retorcido, aseguraba que la mayor parte de los héroes son como ciertos cuadros: si queremos apreciarlos conviene no verlos muy de cerca. Y para Anatole France, los actos heroicos sólo tienen lugar durante las derrotas y los desastres. Es curiosa la figura del héroe, nuestro tiempo ha acabado con ella porque la detesta, hasta el punto de que ya no tenemos héroes, sino súper-héroes: personajes sobrehumanos de la Marvel-Comics cuya sola existencia pone en cuestión las epopeyas de los héroes de verdad. Mientras el héroe de la Antigüedad poseía cualidades extraordinarias y encarnaba los valores supremos de su época, realizaba hazañas asombrosas y se erigía así en modelo de comportamiento para la sociedad, durante el siglo XIX y una parte del XX, el héroe más popular era aquel capaz de dar la vida en el intento de defender a su patria, de modo que protagonizaba batallas, guerras, sitios y escaramuzas de toda índole. Felipe Picatoste hablaba del valor, la temeridad ante los hechos feroces y el desprecio a la vida de algunos héroes. El héroe ha perdido prestigio desde la segunda mitad del siglo XX porque los modernos no soportaban el idealismo que representaba, así que inventaron aquello del anti-héroe y consumaron el asesinato del héroe como patrón a reproducir. A mí siempre me han gustado los héroes, pese a que estén tan denostados, porque «con las bombas que tiran los fanfarrones, hacen las gaditanas tirabuzones» y eso me mola muchísimo.

El otro día les preguntaron qué pensaban de Bárcenas a unos presos que comparten talego con él y los reclusos aseguraron que «el tío es un héroe». Toma, normal. En la cárcel, Bárcenas es un héroe: un modelo a imitar, lo mismo que para mi sobrino lo es Supermán.