María José Navarro

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Observo con frenesí visigodo que ya existen plataformas para las mujeres que quieren ser infieles y me quedo más tranquila por Cañete, que está pidiendo a voces la igualdad real y no la de boquilla. Bueno, pues estamos en ello, candidato. Por lo visto ya no vale con el método tradicional y ahora hay que recurrir a estos experimentos programados para algo que se ha conseguido de manera natural durante siglos. En fin. Una de esas plataformas asegura que ya son más de ciento diez mil las personas que se han apuntado en España a correr la montanera de manera discretísima y confidencial y para darle algo de barniz a sus afirmaciones ha realizado un estudio en el que se traza un perfil de la mujer infiel. Las flojas de remos tienen, así en general, entre treinta y cinco y cuarenta y nueve años, viven en grandes ciudades, clase media y alta, con estudios superiores, trabajan como ejecutivas y perciben entre veinte mil y treinta mil euros al año, les gusta el cine, quedar a tomar un café, hacer turismo, y detestan la caza, los video juegos y las cartas. Es decir, que si no fuera porque me encanta el tute, la brisca y el cinquillo y porque llevo seis años con bajadas de sueldo sin descanso, yo era un zorrón verbenero, señores. Total, que ya más completa al sentirme mujer casi al borde de la infidelidad, he pensado en mi inferioridad intelectual. Como ya saben mis fieles lectores (uno o ninguno) es una de mis características intransferibles así que por ahí no me puede ofender nadie. Es más, puede llegar a ser una ventaja. Yo no estoy enfadada con Cañete, por ejemplo. A mí ya me da hasta ternurilla.