Alfonso Ussía

Innecesaria villanía

La Razón
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Raúl del Pozo es un gran escritor. De cuando en cuando sorprende por la innecesariedad de sus ataques. No es la primera vez que le sucede conmigo y mis circunstancias. En cierta ocasión aprovechó que el Huécar pasaba por Cuenca para señalarme como nieto del conde de Romanones, al que definía como cacique de Guadalajara. No me molesté en discutir con Raúl acerca de las virtudes y defectos del conde de Romanones. Me limité a decirle que el conde de Romanones era tan abuelo suyo como mío. Es decir, nada abuelo. Por mis venas corren muchas sangres, pero ni una gota de la raíz Figueroa, que por otra parte es un dignísimo apellido que ha dado a España hombres y mujeres de gran importancia política, cultural, social y empresarial. Pero no me gusta que me atribuyan más condes de los que justamente me corresponden. Antonio Mingote criticaba mi afán por el coleccionismo. He sido coleccionista de muchas cosas a las que he querido y aborrecido, pero jamás me ha dado por coleccionar condes, marqueses y duques que no me tocan ni una uña del pie.

En un mal detalle, que deploro por venir de quien viene, escribió dos días atrás Raúl del Pozo una frase hiriente y desconsiderada contra la figura de Don Juan De Borbón. Que Mario Conde le pagaba las botellas de ginebra, más o menos. Ahí entra otro conde, que sí es el mío, mi padre, el conde de los Gaitanes, que fue el último intendente general de Don Juan y administrador de sus bienes. La falsa información de Jesús Cacho de que Mario Conde pagó a Don Juan su estancia en la Clínica Universitaria de Pamplona, quedó desmontada por mí y el ABC que dirigía Luis María Anson con la publicación de todas las facturas de la clínica pamplonesa abonadas por el conde de los Gaitanes de la cuenta corriente de Don Juan. Se trataba de una mentira o de una mala información de Jesús que no contrastó con quien tuvo que hacerlo. Y no cabe en cabeza humana que quien se pagó su muerte sin pedir nada a nadie y porque podía hacerlo, permitiera que Mario Conde le financiara la ginebra. La información de Cacho, fue una desinformación que Mario Conde se apresuró a desmentir en una tarjeta dirigida a mí y que transcribí recientemente. La frase de Raúl del Pozo es más que una desinformación. Es una gratuita vileza que no hace honor a su talento.

El conde de los Gaitanes, que fue mi padre, administró durante quince años el dinero de Don Juan, incluido el que se gastaba en el supermercado. Y fue mi padre el que distribuyó salomónicamente el usufructo que el Rey Don Alfonso XIII dejó en herencia «a quien le hubiera de suceder en el trono de España». Mi padre interpretó que el Rey Don Juan Carlos ya le había sucedido y que el usufructo le correspondía al entonces Príncipe de Asturias, hoy Felipe VI. Al fin se llegó a un acuerdo, y se dividió entre padre e hijo aquel dinero del que Don Juan no dispuso jamás. Guardo los originales de las dos cartas enviadas a mi padre y firmadas conjuntamente por el Rey y el entonces Príncipe de Asturias. La primera, con fecha 15 de enero de 1990, en vida de Don Juan. «Querido Luis: Por nuestra parte no hay inconveniente alguno en que dispongas de los bienes a que se refiere la cláusula novena del testamento de S.M. El Rey Don Alfonso XIII, sin obligación de sustituirlos por otros equivalentes. Sin más y con un fuerte abrazo. Juan Carlos R, Felipe, Príncipe de Asturias». La segunda, poco después del fallecimiento de Don Juan, cuando mi padre solicitó al Rey ser dispensado de su responsabilidad por carecer de sentido su continuidad. «16 de octubre de 1993. Mi querido Luis: En relación al “usufructo” histórico que has venido administrando con tanta responsabilidad como eficacia, queremos manifestarte que desde este momento nos hemos hecho cargo de su contenido en la situación y condiciones de todos conocida, y por tanto te relevo de cualquier responsabilidad futura al respecto, reiterándote nuestro reconocimiento por cuanto has hecho por nuestra Familia. Con un fuerte abrazo. Juan Carlos R., Felipe, Príncipe de Asturias».

Don Juan jamás hubiera aceptado nada que se escapara a la estricta normalidad. Se pagó su muerte y se pagó su ginebra, como sus patatas, sus garbanzos, su barco y sus compromisos con Hacienda. Raúl del Pozo ha querido ser brillante, que lo es aunque no lo intente, y le ha salido una innecesaria, humillante y necia perversidad.