José Antonio Álvarez Gundín

Justicia a salto de mata

Tiene razón el ministro del ramo: los jueces no son culpables de que sus sentencias desazonen a los ciudadanos y generen una honda frustración social. No es sobre sus espaldas togadas donde hay que descargar la ira que han suscitado sentencias como las «Malaya», «Faisán», «Parot» o «Prestige», sino sobre unos gobernantes y legisladores miopes que, incapaces de ver más allá de las siguientes elecciones, no se adelantaron a los acontecimientos ni previeron las nefastas consecuencias de su pasividad. Los frutos amargos de tanta negligencia los cosechamos ahora: unos jueces arrollados por lo inevitable y una Justicia que actúa a salto de mata. El caso del «Prestige» es paradigmático.

La catástrofe del petrolero corsario dejó de interesar el mismo día que el PP perdió las elecciones generales de 2004. En Galicia, la fiebre justiciera se mantuvo un año más, pero sólo hasta que el PSOE y el BNG, las plañideras del entierro, le madrugaron a Manuel Fraga la Xunta por un solo escaño. A partir de ahí, el chapapote se transformó en el lacre que certificaba buenas conductas, allegaba recompensas y aseguraba colocaciones, de forma que el Nunca Máis mudó al Máis que Nunca con asombrosa celeridad y provecho. El desembarco en la playa de Omaha había terminado. Todo lo demás fue silencio. Desde entonces, nadie, ni el Gobierno socialista de Madrid ni la Xunta socialista de Santiago, se tomó la molestia de activar la maquinaria judicial, con todos los medios necesarios, para reclamar las compensaciones por los daños causados. Nadie auxilió al juzgado de Corcubión, impotente para investigar un accidente que le sobrepasaba por todos los costados. Además de no reforzar la instrucción penal, el Gobierno de entonces fracasó estrepitosamente en la reclamación civil contra la empresa americana que certificó como navegable aquella chatarra oxidada con las cuadernas al aire. El pleito costó al Estado 30 millones de euros y a cambio no logró un solo céntimo de indemnización. Lo desastroso no es la sentencia del miércoles, sino la gestión anterior de unos gobernantes que ya habían amortizado políticamente la tragedia. Ayer salieron en compaña los supervivientes del Nunca Máis para protestar por el fallo judicial. ¿Dónde estaban cuando se perdían los juicios en Nueva York y se eternizaba la instrucción en Corcubión? ¿Tal vez se empleaban en hacer apología de los mandamases? En todo caso, después de once años, han fracasado doblemente: por abandonar el «Prestige» a su suerte y porque el ministro de los «hilillos de plastilina» al que tanto ridiculizaron es hoy el presidente del Gobierno de España. Gallego, por cierto.