Lluís Fernández
La carretera como destino
En la Norteamérica de las autopistas y la Ruta 66, podría hablarse de dos tipos de películas de carretera: de viajes iniciativos y de huida. De las primeras hay ejemplos antiguos como «Mickey va de camping» (1934), con su coche caravana que sufre todo tipo de desventuras, y «Sucedió una noche» (1934), en la que una rica y caprichosa millonaria, Claudette Colbert, hace auto stop y en el camino conoce a Clark Gable. Al finalizar ese viaje, ninguno de sus protagonistas volverá a ser el mismo.
De las segundas, el modelo lo marcaron las pelis de gánsteres repletas de persecuciones, especialmente durante la Ley Seca, cuyas cimas son «Bonnie & Clyde» (1967), de Arthur Penn, y «La huida» (1972), de Sam Peckinpah. Las persecuciones formaron parte esencial del cine de Hollywood. Steve MacQueen protagonizó su célebre huida en moto del campo de concentración en «La gran evasión» (1963) y la persecución en su Ford Mustang por Lombard Street en «Bullit» (1968).
Pero la novela que determina el sentido moderno de los filmes de carretera es «En la camino», de Jack Kerouac, cuya influencia es determinante para captar la inmensidad del país y el sentido moral de ese viaje exterior como metáfora del viaje interior del autor a través de los dos protagonistas de la novela. Esta Biblia de la generación Beat se vio inmediatamente seguida por la unión de esos dos viajes: el interior o experiencia mística a través de las drogas –el «trip» o viaje–, y el exterior, esta vez no en los Cadillacs desvencijados que conducían Sal Paradise y Dean Moriarty, sino en un autobús lisérgico como el de Ken Kessey y sus «Alegres Pillastres» (The Merry Pranksters). Un accidentado viaje de San Francisco a Nueva York para visitar la mansión de Timothy Leary donde el gurú del LSD impartía doctrina de sexo tántrico y sesiones de budismo zen.
En un sentido más alegre y gay, «Las aventuras de Priscilla, reina del desierto» (1994) y «A Wong Foo, ¡gracias por todo! Julie Newmar» (1995), donde tres «drag queens» atraviesan el país en coche o autobús como antaño lo hicieron los héroes beat.
En plena borrachera jipi, la película que repitió en el cine esa prodigiosa experiencia que narró con pelos y señales Tom Wolfe en «Gaseosa de ácido eléctrico» se transmutó en dos jipis montados en sus espectaculares Harley Davidson para llevar cocaína desde México a Nueva Orleans. La referencia más directa de este filme es «La escapada» (1962), de Dino Risi pero con distintas implicaciones morales y políticas, pues los jipis acaban convertidos en mártires de la nueva contracultura ácida y los italianos, un intelectual fascinado por un juerguista, representan la especulación del «Boom» económico italiano.
«Easy Rider» (1969) seguía la moda de las «road movies» de los años 50 y 60, iniciados con películas de chicas rebeldes y machos alfa que jugaban en sus trucados bugas «al gallina». Hay multitud de ejemplos, pero la película que las condensa es «Rebelde sin causa» (1955), con James Dean y Natalie Wood, precedida por las pelis de moteros obtusos, iniciadas con «Salvaje» (1953), de Marlon Brando, y sus continuadoras naturales «Faster, Pussycat! Kill! Kill!» (1965) de Russ Meyer y «Los ángeles del infierno» (1966), a las que Tarantino rinde homenaje al cine Grindhousees con «Death Proof» (2007).
En los años 70, el género se reconvierte con «road movies» como «Punto límite cero», con guión de Cabrera Infante, que renueva el género reconvirtiendo el viaje por carretera en algo metafísico, trastocando el «Bildungsroman» o novela de iniciación de Kerouac en un camino hacia la destrucción. «Thelma y Louise» (1991) sería una de sus consecuencias finales, como los filmes precedentes que asentaron esa nueva «road movie» hacia ninguna parte: «Zabriskie Point» (1970), el filme apocalíptico de Antonioni, «El diablo sobre ruedas» (1971) y «Loca evasión» (1974), ambas de Steven Spielberg. En ellas, como en «París, Texas» (1984), se mezcla tanto la carretera como experiencia expiatoria con la evasión del mundo y la persecución de las fuerzas del orden, de la mafia o de un camión enloquecido. Su revival corre a cargo de Luc Beson y su saga de «Transporter» (2002).
Queda la referencia a las comedias descacharrantes de carreras de coches, comenzando por «La carrera del siglo» (1965) y su secuela animada «Los autos locos» («Wacky Races», 1968), cuya mejor representación es Natalie Wood y su copia animada Penélope Glamour. Seguidas de «Los caraduras» (1977), con Smokey & Bandit, y «Los locos de Cannonball» (1981), cuyo colofón sería «Granujas a todo ritmo» (1980) de los Blues Brothers.
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