Joaquín Marco

La cuestión catalana

El debate parlamentario del pasado martes en el Congreso de los Diputados con la presencia de todos los partidos –aunque la expectación se centrara en los líderes del PP y del PSOE– y una delegación del Parlament catalán escenificó un problema latente en la vida cotidiana de muchos catalanes. Es una cuestión que viene de muy lejos y que ha pasado por circunstancias diversas. Cierto es que la autonomía que disfruta Cataluña desde la etapa constitucional es amplia en algunas de sus facultades. No es cuestión de volver sobre los errores que se cometieron en el trámite del Estatut ahora vigente. En el debate parlamentario –del que cabe señalar las buenas formas y el tono general del mismo– se llegó al fondo de la cuestión. No fue una pérdida de tiempo, aunque estaba anunciada la derrota de las tesis que planteaban los diputados del Parlament, una mayoría equivalente, en otra dimensión, a la que representaba la Cámara. El PP se aplicó a justificar su negativa por cuestiones legales y constitucionales que suponen la base de la convivencia del pueblo español. Pero el presidente Rajoy dejó una puerta abierta con la idea de una reforma constitucional. El PSOE-PSC, que se sumó a la negativa, reiteró su propuesta de diálogo en una idea federal en la que Cataluña alcanzaría un encaje que le resultara satisfactorio. Estas posiciones y los diálogos que han venido sucediéndose de forma más o menos visible en los últimos meses han puesto sobre la mesa el problema del encaje de Cataluña en el Estado español que algunos entienden como superado.

He aquí, pues, dos actitudes que parecen de antemano irreconciliables en sus manifestaciones y es cuestión de los políticos impedir que las aguas se desborden hasta un punto sin retorno, porque en la cuestión catalana, al margen de discutibles cuestiones económicas, hay un complicado tejido sentimental. Ello conlleva que la idiosincrasia de buena parte de los catalanes resulte difícilmente comprensible para el resto de los españoles. El sentido de la catalanidad es transversal e inspirado en cuestiones emocionales. Los términos «seny» y «rauxa», de difícil traducción al castellano pues no equivalen exactamente a significados como sentido común y arrebato, vienen a definir actitudes que simbolizan el carácter catalán, como ya se ha hecho notar en la ingente bibliografía existente sobre la naturaleza y el sentido de los catalanes. Quien esté lejos de la realidad catalana de hoy tardará en comprender un fenómeno que en buena medida ha dividido a la sociedad catalana. La fractura es honda y conviene no hacerse ilusiones: tardarán en cerrarse las heridas, porque no se ha producido una pedagogía de la convivencia y de sus beneficios. Por el contrario, al esgrimir razones exclusivamente legales, se ha ido cerrando el camino de un diálogo abierto. También es cierto que CiU, presionada por la alianza con Esquerra, tal vez se haya precipitado al no explorar previamente los caminos del entendimiento. Pero los políticos tienen la obligación de resolver los conflictos, incluso cuando éstos han sobrepasado ciertos límites. La buena disposición que mostraron las dos formaciones más numerosas del Parlamento hace suponer que un pacto de Estado en una cuestión tan trascendental no es inviable. Pero tampoco conviene hacerse ilusiones sobre la rapidez no sólo en tomar decisiones, sino en forjar algún tipo de alianza. Un cierto clima electoral sobrevolaba también por los escaños de la Cámara. Estamos a las puertas de unas elecciones europeas y más tarde llegarán las que, de forma visible, más directamente nos atañen. Mientras tanto, la cuestión catalana seguirá haciendo su ruta, empeñado como está el Sr. Mas en cumplir sus objetivos dentro de la legalidad, según reitera en sus promesas.

La votación del Congreso, al margen de la oratoria de cada interviniente, fue también un acto pedagógico. Por vez primera la cuestión catalana alcanzaba el rango de preocupación nacional. Pese a las aparentes intransigencias de unos y otros se alcanzará un diálogo y es posible que el recurso de la reforma constitucional sea un instrumento útil para satisfacer a todos. Es una pena que la ocasión no se aprovechara para llegar más lejos y el tan prometido diálogo no se iniciara ya. Desde Cataluña cabe decir que esta cuestión preocupa menos a la ciudadanía que la aguda crisis económica que estamos atravesando. Pero el tiempo pudre las situaciones y el Gobierno central debería tomar muy en serio lo que se vive en Cataluña. Por fortuna, la «euskopatata», como se dijo gráficamente en el Congreso, no está ahora en primera línea, pero el País Vasco observa con mucha atención la evolución de la cuestión catalana. España es un país muy complicado por su diversidad, con muchas historias que se entrelazan. El independentismo que circula es pacífico, democrático y hasta tolerante. No supone una decantación hacia la izquierda radical y está rodeado de gente sensata como el Sr. Duran Lleida. Los socialistas están todavía lamiéndose las heridas. Pero la población manifiesta sus preferencias con un despliegue de banderas catalanas en los balcones de la ciudad de Barcelona y hasta en los pequeños pueblos. Esta vocación de visibilidad no tiene que ver, a mi entender, con determinadas manifestaciones políticas partidistas, aunque las concentraciones alcancen un gran número de personas, impulsadas por Plataforma per Catalunya y los dos partidos de gobierno. ¿Sobre qué ha de versar el diálogo? PP y PSOE deben sentar unos principios básicos que permitan la liberación de estas fuerzas que, con o sin razón, se sienten comprimidas. Los pueblos pueden darse diversas formas de convivencia. Hay que explorar las que resulten más convenientes.