Presidencia del Gobierno
La doble vara de Rivera
Definitivamente, nada es igual en la relación de Albert Rivera con Pedro Sánchez que con Mariano Rajoy, a quien estrechó la mano con frialdad y desgana desde su escaño tras la investidura fallida. El gesto pasó casi inadvertido, pero estuvo lejos de ser casual. «Siempre nos sentiremos más cómodos negociando con José Enrique Serrano que con Fernando Martínez-Maillo», confesaba estos días uno de los colaboradores cercanos al líder naranja. Al número dos de C’s, José Manuel Villegas, le costó tanto votar a favor de Rajoy en la sesión del viernes que la secretaria del Congreso tuvo que repetir dos veces su nombre antes de imaginarse que lo que salía de su boca era un «sí». Lo preocupante para Rivera es que el acuerdo con Rajoy fue fruto de un revuelo interno. Escuchó a unos y a otros y, como acostumbra, quiso dejarse abierta una puerta de escapatoria.
Las palabras de Rivera en el hemiciclo pudieron ser interpretadas (y de hecho así lo hizo el portavoz del Grupo Popular, Rafael Hernando) no sólo como una voladura controlada y precipitada del pacto que ligaba a C’s al PP y que, constatado el fracaso de la investidura, quedó en suspenso, sino como una llamada a buscar otro candidato capaz de acumular los síes necesarios para desbloquear la situación. El escenario a tal fin parecía el idóneo. El momento era ése y Rivera se lanzó a ello. Su equipo de confianza, sin embargo, no lo veía tan claro, pues se multiplicó en llamadas de teléfono a sus medios de comunicación de referencia en un intento de negar que su jefe hubiese incitado a cualquier movimiento de rebelión interna en las filas del PP. «Rivera no ha dicho ‘‘otro candidato del PP’’, sino ‘‘uno del PP’’, y eso también incluye a Rajoy», repetían con ansiedad la misma noche de la intervención parlamentaria esos altavoces naranjas. Una conversación de Rajoy con Rivera al día siguiente sirvió para apaciguar los ánimos, pero poco más.
La actitud desdeñosa de Rivera con Rajoy ha supuesto en buena medida un balón de oxígeno para Sánchez. Cinco meses atrás, el líder de C’s decidió reforzar su pacto con el secretario general del PSOE dando de lado al del PP. Una acción que dejó a los populares casi sin capacidad de iniciativa política después de la investidura fallida del socialista. Albert Rivera y Pedro Sánchez decidieron entonces no sólo mantener su acuerdo, sino fortalecerlo y tomarlo como base de unas nuevas negociaciones que, a la postre, desembocaron en las urnas el 26-J.
Bastó entonces un telefonazo de Rivera a Sánchez para usar sus 200 medidas como pedestal sobre el que intentar sumar más apoyos. El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez no fue, pues, la muerte del pacto. Al contrario, hubo un intento de ampliar aquellos 131 votos. Hoy, en cambio, los 170 escaños que suma Rajoy resultan no ya anodinos para Rivera, sino incluso vergonzantes para muchos miembros de C’s, que aprovechan estos días sus declaraciones públicas para presentar a los dirigentes populares, y muy especialmente a su líder, como diablos con cuernos y rabo. «El acuerdo acabó la semana pasada, pero seguimos comprometidos con las 150 reformas», sostenía Villegas al término de una Ejecutiva convocada sobre todo para venderse como nexo de unión entre PP y PSOE. Eso sí, sin comprometerse con ningún líder político.
Así, Rivera vuelve sobre sus pasos y, le guste o no, enmaraña aún más el paisaje del país. Y ello a pesar de ser consciente de que la aritmética parlamentaria sólo señala como posible a un candidato popular, es decir, a Mariano Rajoy. Los cansinos giros de C’s sí han logrado, desde luego, fijar una cosa en esa cursilería llamada «imaginario colectivo»: que Rivera y los suyos no tienen empacho alguno para aplicar una doble vara de medir al PP y al PSOE.
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